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Ceferino de Blas.

No pongan barreras al mar

El mayor deseo del buen vigués es estar junto al mar, por eso cuando se anunció el proyecto de recuperar el borde marítimo de las Avenidas, que un inteligente publicitario denominó “abrir Vigo al mar”, desató el entusiasmo. Aunque una vez realizado, defraudó. Lo único que quedó próximo al mar fue el espigón del Náutico, realmente insuficiente para atribuirle un eslogan tan rimbombante.

El magnífico serial que publicó este periódico, la pasada semana, sobre las grandes naves y edificios abandonados, de Beiramar, Bouzas y Teis, que suman 150.000 metros cuadrados, revela el estado de deterioro industrial de Vigo y sus consecuencias perversas. Algunos de esos edificios fueron tan emblemáticos como Alfageme o “La Artística”. Un emporio que se ha convertido en ruina.

La situación es tan seria que ha concitado las opiniones unánimemente críticas de los representantes vecinales de esas zonas y de distintos profesionales, que reclaman la dignificación de la fachada marítima de Vigo.

"El Puerto debe olvidar esa barbaridad de querer construir un ferrocarril desde Bouzas a Guixar"

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Ha exhumado una vieja aspiración: la llamada ciudad del hielo a la que iban a trasladarse todas las firmas de Beiramar para dejar espacio libre para otro tipo de usos, urbanísticos o zonas verdes.

Aquel amago de proyecto, que iba unido a la construcción del auditorio Mar de Vigo, a cuya estela se pretendía desindustrializar la orillamar, no tuvo recorrido. Puede ser el momento de replantearlo en ese espacio noble de la ciudad, frente a los barcos de altura que asemejan cabalgar y suben sus proas a la calle, en una visión fantástica que deja boquiabiertos a los que la contemplan por primera vez.

Cuando la ciudad se moderniza, y está a la par de las poblaciones de vanguardia, resulta inconcebible que el Puerto siga en algunos aspectos anclado en el siglo XIX. Debe olvidar para siempre esa barbaridad de querer construir un ferrocarril desde Bouzas a Guixar, y buscar fórmulas de superar las barreras que separan la ría de los ciudadanos.

Es la oportunidad de eliminar la separación, o al menos de mitigarla –donde el imperativo económico de las industrias pesqueras lo haga inviable–, para lograr la máxima proximidad de la ciudad al mar. El concepto de vivir a su lado, que está hondamente enraizado en los vigueses, impele a acabar de una vez con esa frontera de edificios inútiles que se interponen.

Hasta ahora, siempre ha cedido la ciudad y han cedido los ciudadanos a los intereses del puerto, por los imperativos industriales que el paso del tiempo ha arrumbado en el caso de las naves inservibles. Es la ocasión de que se devuelva a la ciudad lo que cedió por razones económicas.

Todo comenzó en los años veinte. Al final de esta década se desató una gran polémica entre los conservacionistas y los utilitaristas, sobre la construcción del puerto pesquero en la zona del Berbés. Había quienes defendían que era intolerable que se deteriorase el lugar más característico y típico de la ciudad frente a la necesidad de un gran puerto.

De aquel barrio marinero que las fotos de Pacheco recuerdan como era, con la playa, las lanchas y los pescadores arrastrando las redes, apenas queda nada. Tras la construcción del puerto pesquero, siguió una radical transformación en los años posteriores.

"Es imposible recuperar aquel paisaje, pero se puede mejorar la imagen de Orillamar"

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Pero es aún más lamentable lo ocurrido en tiempos recientes, y de mayor sensibilidad social, porque se destrozó de tal manera que en nada se parece a lo que fue. Hagan ustedes con su móvil una foto y contrástenla con las de Pacheco.

Es imposible recuperar aquel paisaje, pero se puede mejorar la imagen de Orillamar, sin que menoscabe que Vigo siga siendo industrial y las empresas pesqueras continúen como pilares de la economía y el bienestar de los ciudadanos. La clave está en conjugar la pervivencia de las industrias indispensables y liberar aquellas que son inútiles y se interponen entre la ría y la ciudad.

Con ello se cumplirá el deseo innato de los vigueses de estar y sentirse junto al agua. Abrir Vigo al mar, más que una frase bonita es un anhelo que resulta ininteligible para la gente de fuera, que llega a la ciudad para sentirse al lado del mar, y cree que lo está, pero es que no es viguesa.

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