Las acciones medioambientales siempre son bienvenidas y merecen un sonoro aplauso ciudadano, sea a través de reciclaje y composteros, ora placas solares, bien saneamientos. Indiscutible resulta la necesidad de proteger y preservar la naturaleza aunque muchas actuaciones tengan un coste extraordinario para que el pulmón forestal oxigene en condiciones.

Es en estos momentos, cuando la primavera ya enfila hacia el pico de la estación, en el que cabe recordar que es hora de echar un vistazo al monte, a la biomasa que empieza a crecer de forma desbocada, en desmesura, y a amenazar con convertirse en una pira si nadie se anticipa.

La inversión, en este caso, es asequible. Urge sacar el cortacésped, la desbrozadora, la pala que ensancha los senderos que hacen la vez de cortafuegos y ¿por qué no?, contratar vigilancia.

Las comunidades de montes deben dejar ya de escudarse en la pandemia. Es necesario que intervengan a tiempo, que se reúnan para evitar los desastres que cada verano amenazan el medio natural, pero que también pueden causar una tragedia.

De todos es conocido el refrán: “Mejor prevenir que lamentar”. Basta con hacer una estimación de lo que cuesta un incendio a la sociedad para hacer un cálculo estimado de lo que es necesario invertir para evitarlo. Seguro que ni la décima parte del susto.

Recuerden que un fuego además de calcinar metros cuadrados de zonas arboladas o arbustos de monte bajo, tampoco tiene piedad con los tendidos eléctricos o telefónicos, con los molinos eólicos, con los parques solares, con el patrimonio existente, con las casas, las personas o los animales, por poner algún ejemplo.

A lo que hay que sumar el tremendo coste de las tareas de extinción, con camiones cisterna, hidroaviones, drones y demás medios.

A su vez restañar las “secuelas” por los daños causados a particulares sobre cuyas propiedades han pasado y pisado las zancas en llamas del caballo de Troya o parecida bestia que asoma cada estío.

Basta por tanto de hacerse el remolón y actuar cuanto antes para que el fuego y sus consecuencias se minimicen ¡No vaya a pasar lo de 2006! cuando tras el fuego vinieron las inundaciones y, por muy poco, la contaminación del mar y su riqueza marisquera.

Las comunidades de montes, este año, tienen que ponerse a trabajar; la Xunta y los Ayuntamientos cargar sus pilas; y qué decir de las empresas de mantenimiento de víales pues no basta con actuar solo en las de más tráfico: circunvalaciones, vías rápidas y autovías.

Quedan solo dos meses para el verano y, por ello, Medio Rural debe estar detrás de los dueños del monte para que no ocurra una catástrofe ni en el Xiabre, ni en Castrove, ni en Lobeira...

Los comuneros tienen que despertar de una vez pues son muchos los beneficios que obtienen por la explotación de sus recursos: eucaliptos, canteras, paso de servicios, alquileres, senderos deportivos, parques acuáticos.... Los ingresos en sus bancos suelen ser muy abultados. Basta con mirar alguno de sus balances.

Es hora de que dediquen parte de esas cuentas anuales de resultados para proteger lo que es de todos, es decir el medio natural que les ha caído del cielo.

Y a la vez contribuir a generar riqueza con algún que otro contrato a empresas de desbroce, con la búsqueda de jornaleros y vigilantes, o tantos otros medios que demuestren reprocidad, en suma, cierta empatía con la sociedad.