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Cuarenta años de autonomía

El 21 de diciembre de 1980, solo el 28.26% de los gallegos votaron el Estatuto de Autonomía de Galicia, y solo el 20.73% lo aprobaron. Apenas uno de cada cinco gallegos que tenían capacidad de votar refrendó el texto estatutario e hizo posible que esta ley nos sirviese de marco de convivencia a los gallegos y a las gallegas durante estos cuarenta años.

La historia de Galicia, como la de todos los pueblos, se escribe con datos, con emociones, y con datos emocionados. Mientras las movilizaciones de los 4 de diciembre de 1977 y 1979, la primera, como reclamo unitario de autonomía y la segunda, como rechazo de la “aldraxe”, el recorte al Estatuto Gallego que pretendía la UCD y el centralismo, mostraban a un pueblo unido en lucha discursivamente emocionada por la defensa de su autogobierno, el referéndum mostró a un pueblo desinteresado, abstencionista, que pareciera no estar formando parte de la transición que vivía España.

Algunos apuntan a que la abstención del 80 fue fruto de la resilencia del 78 y del 79, pero no es verdad. Lo cierto es que esos dos pueblos gallegos, el entusiasta, el movilizado, el orgulloso de ser y llamarnos gallegos, pero también el que se queda en casa, el que pierde la esperanza, el pesimista; eso dos pueblos siguen viviendo hoy en Galicia, y lo que es peor, ambos viven en cada uno de nosotros.

Hubo un día en que algunos, como Antonio Rosón, tuvieron que desafiar a su partido para defender el Estatuto de Galicia, un día en que Fraga abandonaba la comisión del Congreso por recortar el Estatuto, un día en que los medios de comunicación de Galicia usaban el término “nacional” para defender nuestra identidad, un día en que la inmensa mayoría del país se sentó a la misma mesa para luchar contra el centralismo.

Hubo un día sí, en que el Estatuto nos unió prácticamente a todos, aunque al final lo votaran solo unos pocos. Pero lo cierto es que esos días, y los hombres y mujeres que defendieron la autonomía, más allá de los colores o partidos, forman ya parte de la historia de nuestro pueblo, de nuestra nación (y no soy nacionalista).

Desgraciadamente, lo que unió todas aquellas voluntades, se ha convertido en objeto de competición y crispación, de polarización; en vez de preservar la esencia de encuentro con la que nació.

Somos incapaces de reformar el Estatuto porque seríamos también incapaces de reescribirlo nuevamente como está. ¿Cuánto discutiríamos ahora para escribir que “la lengua propia de Galicia es el gallego”? ¿Cuánto para llamarle al 25 de julio el Día Nacional de Galicia?

El problema es que hemos usado el Estatuto, como todo en política, para enfrentarnos unos contra otros, en vez de apoyarnos todos en él. Y no crean que soy ingenua, creo firmemente que la política democrática va de enfrentar opciones diferentes, contrapuestas; que sin opciones no hay democracia; pero creo también que hay momentos en que los sistemas necesitan centripeticidad.

Nuestro Estatuto de Autonomía necesita recuperar el espacio perdido, en este tiempo en el que la mayoría de los estatutos de las otras comunidades han sufrido cambios que nos han dejado atrás, porque este tiempo de retraso no es más que “outra aldraxe”, esta vez “en diferido”, que diría Cospedal, que todos permitimos que suceda.

Pero para poder reformar el Estatuto, se necesita recuperar el centro, volver a la mirada centrípeta; no se puede estar pendiente de que al PP se le escapen votantes a VOX, ni el PSdeG, e incluso el BNG, secuestrados de maximalismos nacionalistas. ¡Largo me lo fiais!

*Equipo de Investigaciones Políticas USC

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