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Xoán Xosé Sánchez Vicente

Días de vergüenza y días de risa

La actualidad nos proporciona de todo. Por ejemplo, un diputado del PP, Juan José Matarí, interpela a la ministra de Educación sobre su reciente ley, la conocida como “ley Celaá”. Defiende él que no es conveniente, como es la intención del texto legal, suprimir los centros de educación especial, lo que, por cierto, reclaman muchos padres cuyos hijos están en ellos o han pasado por ellos, por ejemplo, recientemente, Bertín Osborne. Pues bien, estas son frases de la respuesta de doña Isabel: “¿De dónde viene usted?”. “Usted no tiene ningún contacto: ni con el mundo educativo ni con los padres ni con los hijos ni con los profesores”. “¡Usted no sé de qué habla!”.

Lo malo de su airada respuesta no fue ignorar que el diputado Matarí tuviese una hija con síndrome de Down, Andrea, de 25 años, que ha sido educada en un colegio especializado para pasar después a la Universidad, titularse y encontrar trabajo. No, lo malo fue el tono absolutamente faltón con que se expresó, su mirada despectiva, su gestualidad arrogante, su falta de educación. Contemplen, contemplen el vídeo.

Y es que estos señoritos de Neguri están acostumbrados a tratar a los demás como a sus criados. Bueno, eso si piensan que son inferiores, que, si no, decúbito prono.

Pero, en fin, hay otros días que, aunque invitarían a sentir vergüenza ajena, nos empujan también a la risa. Así, las purgas del ayuntamiento de Palma. Ya saben: estos jóvenes formados en la ignorancia histórica e inflamado-infatuados en el discurso antifranquista. Oyen la palabra almirante y salta la llama inquisitorial con la facilidad con que el rayo enciende la maleza reseca. Y así, los señores Churruca, Gravina y Cervera son desalojados de sus placas, por fascistas en un primer momento, y después, cuando alguien alerta de la alta graduación en ignorancia histórica, por ser buques “alzados”, rebuznando un poco más en la explicación, pues tanto el “Churruca” como el “Gravina”, en cuanto buques de guerra, lo fueron republicanos.

"Oyen la palabra almirante y salta la llama inquisitorial con la facilidad con que el rayo enciende la maleza reseca"

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Yo creo, la verdad, que a los próceres municipales y su asesor les bastó ver la palabra “almirante” para estallar en purificadora llamarada democrática, pues qué otra cosa puede ser un almirante más que un fascista, solo por serlo, pensarían.

Pero no crean que únicamente la rasa municipalidad disparata. También las altas torres del Gobierno lo hacen. Y compiten entre ellas en su particular citius, altius, fortius. No les recordaré más que la perla de Carmen Calvo cuando confundió el latinismo de “Calvo dixit” con los simpáticos roedores Dixie y Pixie; la del divo Pablo Iglesias atribuyendo a Kant la "Ética" de la razón pura o confundiendo a Newton con Einstein; la de Pedro Sánchez, haciendo nacer a Machado en Soria. Pues bien, he aquí al más reciente, al ministro de Universidades, Manuel Castells (quien, por cierto, nos vendió hace tiempo una inútil enciclopedia de tantos tomos como obviedades), que, para homenajear al injustamente fusilado rector Alas, fusila a su padre, el escritor Clarín. ¡Un fenómeno!

(Un recuerdo aquí para Fernando Morán, de quien se hacían chistes porque hacía brillar su cultura, su verbo y su humor continuamente, lo que lo convertía en extraño frente al lenguaje coloquial o vulgar. ¡Cuánto va de Pedro a Pedro!).

Por decirlo todo, la razón de esta incesante exhibición de ignorancia histórica y disparates la evidenció perfectamente don José Luis Rodríguez, aquel presidente tras el que pasaban sus asesores explicando que no había querido manifestar lo que acababa de manifestar, sino otra cosa. Se lo confesó a Sonsoles Espinosa las primeras noches de su presencia en La Moncloa: “Si supieras cuántos podrían hacer esto –se refería a la presidencia del Gobierno, aclaro, no tengo constancia de otra cosa– tan bien como yo”.

Pues eso.

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