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Ánxel Vence.

Crónicas galantes

Ánxel Vence

El Partido del Dinero

Revelan las confesiones de los diputados en el BOE que Pablo Iglesias, líder de la revolución pendiente, goza de un patrimonio de medio millón de euros, que se reducirían a 300.000 o menos una vez descontadas las deudas. No es una cantidad desmesurada: y además responde a ingresos tan clásicos como los del funcionariado público y, tal vez, las herencias. Un ordinario hombre de orden, en definitiva.

A Iglesias se le han echado encima los envidiosos de costumbre, alegando que ese patrimonio no se condice, en apariencia, con un enemigo declarado del capitalismo; pero tampoco hay que dar cuerda a estas polémicas. Los caballeros no hablan jamás de dinero ni de religión: esas obsesiones de la pequeña burguesía.

Cierto es que el jefe de Podemos venía criticando ferozmente hasta hace nada a los propietarios de chalés, a los “ricos” y a “los de arriba”, contradicción que le reprochan ahora sus adversarios políticos. Y qué más dará, hombre.

Si acaso, las gentes de espíritu contable podrán preguntarse cómo se alcanza ese nivel de riqueza –y de endeudamiento– cuando uno ha prometido limitar sus ingresos al triple del magro salario mínimo de España. Se trataría de una vulgar cuestión de números en las que solo los devotos de la aritmética querrán entrar.

Sus críticos debieran mostrarse más bien satisfechos. Lo que el líder de los de abajo parece demostrar con esta crecida de patrimonio es que la pasta manda por encima de las ideologías: no importa lo extremadas que estas puedan ser. El dinero es en sí mismo un partido e incluso un partidazo que ejerce su poder ecuménicamente, haciendo anecdóticas las diferencias entre izquierda y derecha.

Quizá Iglesias haya dado la razón a Quevedo, que en su oda a Don Dinero ensalzó los poderes mágicos del Poderoso Caballero capaz de recoser virgos, mover la pluma de los jueces e igualar al gañán con el duque, entre otros prodigios.

También los cuartos pueden conseguir que un político haga lo contrario de lo que decía sin más que entrar en amenos tratos con el vil parné. Picasso, que tal vez fuese de esa escuela económica, dijo en alguna ocasión que le gustaría vivir como un hombre pobre con mucho dinero. Hay ciertos indicios de que alcanzó su sueño.

Gente con menos luces suele caer en la creencia de que puede hacerse rica trabajando mucho, lo que no deja de ser una ilusión. Los millonarios que saben de esto han constatado más bien que mientras uno trabaja está malgastando un tiempo precioso que debería aprovechar para hacer dinero. Bien decía el filósofo Groucho Marx que el dinero no compra la felicidad, pero le permite a uno elegir su propia forma de desgracia. Fue precisamente él quien sugirió que la vida está hecha de pequeñas cosas: una pequeña fortuna, una pequeña mansión, un pequeño yate…

A lo sumo, los muchos enemigos de Iglesias podrían reprocharle la vulgaridad que entraña su aparente riqueza. La preocupación por el dinero parece ser, en efecto, típica de esos advenedizos a los que Eduardo Blanco Amor incluía dentro de las clases “neocomerciales” en su divertido e irónico tratado sobre las buenas maneras.

Carece de sentido en todo caso criticar las finanzas privadas de un particular, aunque sea un político. Voltaire, hombre de saberes enciclopédicos, observó muy perspicazmente que, cuando se trata de dinero, todos somos de la misma religión. Y del mismo partido, habría que añadir.

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