En su magnífico libro “El encantamiento del mundo”, su autor Boris Cyrulnik (neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo. 1937. Bourdeaux, France), afirma que “los seres humanos nos dejamos fascinar, hechizar e hipnotizar por todo lo que nos rodea”.

Somos capaces de crear, transformar, mantener e incluso demoler aquello que ha suscitado nuestra fascinación.

Hay una parte de la Psicología que se encarga del estudio del “hartazgo”, como parte del proceso atentivo y de la motivación. Y otro apartado que estudia la importancia de la “decepción”. Esta última viene a definirse como “situación de difícil retorno”.

En pocos temas parecemos encontrarnos a gusto, como si la novedad constante fuera en sí misma un aliciente mejor que el anterior pero peor que el siguiente.

Se crea y se “descrea” tal vez por hábito o por no encontrar la tuerca adecuada para el tornillo.

Alardeamos de posición y enfatizamos su contenido, incluso aunque este hubiera resultado tan ineficaz como inexistente. Peor aún si nos lo alaban desde más arriba, haciéndose cómplice de algo que nunca fue patente.

En el ámbito de lo público cobra una importancia vital, quizá porque algunos personajes acaban resultando como seres de ciencia ficción, tan enormemente virtuales que derrochan un interés similar al que despiertan esos juegos cibernéticos de “derrocar marcianitos”.

Se utiliza la palabra en términos que despierten la atención. Y se acaba entendiendo que “subliminalmente” el mensaje es otro.

Podremos cambiar de posición una y otra vez, pasar del norte al sur, de acuerdo. Pero si la brújula que debiera guiarnos no marca la posición exacta, seguiremos estando perdidos.

Y de nada sirve un “verbo adecuado”, si detrás no prima el principio de coherencia e incluso de sana honestidad. En la filosofía oriental se habla de “honorabilidad”.

En su acertado libro “inteligencia intuitiva” su autor, Malcom Gladwell, dedica todo un apartado a la expresión facial. Incluye tanto la expresión en sí, como los gestos, los movimientos musculares, etc. Acaba concluyendo que podremos argumentar hasta la saciedad pero que si sabemos leer en la expresión del rostro, acabarán por sobrar las propias palabras.

Diría que estamos necesitados de una mejor locomotora que sepa tirar del convoy. Algo así como menos discurso y más cumplimiento.

Asimismo de saber a lo que estamos dispuestos y si estamos, de verdad, motivados al compromiso. Que no sea una conducta atraída únicamente por materia y no por sentimiento. O por figurar.

En definitiva, que si no acabamos sabiendo, interiorizando y finalmente entendiendo que si persistimos en seguir saltando de rama en rama, nunca encontraremos una ubicación adecuada.