Me había pasado un poco en la caminata, pero era una primorosa tarde de primavera en todos sus variopintos aspectos, tanto pictóricos como olorosos. Había aparecido casi repentinamente, como cuando uno abre por la mañana la ventana, y se encuentra que ya es hora y que ya llegó después de tanto tiempo lluvioso y frio.

Las primeras hojas de los árboles están a punto de salir y parece que compiten en carrera.

Muy pronto aparecerán ya las flores, aunque algunos frutales las muestran muy tímidamente.

Por eso, cuando llegué a la taberna a la tarde-noche y me apoyé en el mostrador, traía más sed que ganas de vino, y, me acordé de aquel vecino que, igual que yo, cuando llegaba sudoroso pedía primero un buen vaso de agua, y, luego, dándose un tiempo, empezaba con el vino. Hice lo propio.

Y a punto estuve, si no fuera por la bulliciosa conversación reinante –que me confundiría–, rezar un padrenuestro por su alma.

Hablaban de un vecino que había estado la tarde cogiendo cañas para el emparrado de las hortalizas. Algunas había que en otro tiempo serían unos buenos útiles para la pesca, dado que eran de las denominadas “indias” de un color castaño intenso. El vecino que se las dio, las tenía en el fondo de su huerta, pues en tiempos de su abuelo eran muy apreciadas por todos los pescadores de la redonda. Incluso fue víctima de algún que otro robo.

Unos años atrás había usado ramas de ‘ameneiro’ que recogiera de las riberas del río, resultando que, dada la luna prendieron todas y daba gloria ver los distintos vegetales con sus hojas y frutos y los palos todos ellos llenos de hojas características. Fue el no va más de la aldea durante mucho tiempo.

El más viejo de la parroquia decía que tenía buena mano, igual que su padre, pues cuando alguien injertaba un frutal o mismo plantaba pinos o eucaliptos, ellos, con solo tirar una planta en tierra y pisar un poco su raíz con tierra, prendían todas y, él mismo, cavando y enterrándolas con primor, siempre le fallaba alguna, y no te digo si eran injertos; que algunos decían que era por culpa de lo fumador que era, pero en cambio, ellos incluso le echaban algunos soplos de humo.

Ya hace días que oímos cantar y ya se sabe que cuando el cuco llega, entonces es primavera; si el cuco aún no llegó, es que la primavera no llegó.