Los efectos psicológicos devastadores de la pandemia se ponen en evidencia a corto, medio y largo plazo. Su impacto mental ha disparado los diferentes trastornos como el estrés emocional, angustia, miedos, ansiedad, obsesiones, desestabilización psicológica, hipocondría, depresión y suicidios, adicción al juego, a las drogas, y agotamiento mental, entre otros. Es una larga lista de enfermedades que definen las diferentes caras del sufrimiento humano, cebándose en gente con vulnerabilidad previa. Sin embargo, los psicólogos en España escasean, unos 4 por cada 100.000 habitantes en Galicia, en el resto de comunidades una media de seis, y llegando a ser 20-40 por cada 100.000 la media en Europa. Unido a los estigmas sociales que aún persisten en España, hay muchas personas desbordadas por su dramática situación o bien porque que no desean, o no pueden dar el paso de buscar asistencia psicológica. Muy diferente a otros países de Europa, EE.UU. y Argentina, entre otros, donde se ha convertido en algo habitual y frecuente, incluso sin padecer psicopatologías y usándolo como “consulting”.

En un estudio titulado “Las consecuencias psicológicas de la Covid-19 y el confinamiento” de varios investigadores y dirigido por Nekane Balluerka, realizado en universidades españolas, se afirma que “los efectos psicológicos del confinamiento y la crisis sanitaria pueden aparecer demorados en el tiempo y presentar tendencia a cronificarse”. Y conviene estar alerta, ya que las cifras de suicidios, son 4.000 al año.

Después de este periodo de pandemia las esperas se han multiplicado, con listas de hasta cinco meses, y además, muchas patologías se complican con el tiempo. Con esos espacios tan largos entre consulta y consulta, la terapia no es efectiva. Los pacientes soportan esa angustia diariamente, su mente continúa sin parar y afrontarlo les puede hundir bastante. Si su pensamiento enfermo discurre fluyendo tantos meses, y afrontando simultáneamente la vida, el potencial terapeútico se diluye. En países europeos, las terapias psicológicas, pagadas por el gobierno, suelen tener una frecuencia de una vez por semana. Y según los casos, pueden concertarse dos sesiones en la fase inicial, si surge alguna crisis o por eventos imprevistos que interfieran en la normal recuperación. Posteriormente con la mejora del paciente, las citas suelen distanciarse a dos, tres o cuatro semanas.

Solo las personas que hacen esfuerzos económicos para estar mejor atendidas y acuden a consultas privadas, o los que se lo pueden permitir, consiguen los tratamientos que necesitan. Según Berdullas, J. del Movemento Galego da Saúde Mental, afirma que es una barbaridad atender cada tres meses a una persona con sufrimiento grave. Los especialistas en salud mental, que atendemos personas con “dramas humanos”, y más en el caso que nos toca de impartir la asignatura de enfermedades mentales en la carrera de psicología, podemos afirmar con más garantías, que no está contemplado en los ensayos clínicos citar a pacientes con tanto tiempo, ya que pueden producirse recaídas y cronificación de la enfermedad. “La salud mental, esencial hoy en la sociedad”.