Ahora que tanto se demanda la “cancelación” de algunos autores, cuyas contribuciones al mundo del arte parece que no pueden ser estudiadas debido al problema moral que presentan sus biografías, Michael Gorra, profesor de literatura en Smith College, ha publicado un libro sobre William Faulkner, The Saddest Words, donde se demuestra que, precisamente, la mejor manera de enfrentarnos a los asuntos más conflictivos de nuestra época, como, por ejemplo, la tensión racial, es leyendo a aquellos autores que pueden resultarnos hoy más “problemáticos”. Gorra propone en su estudio una revisión de la obra de Faulkner a través de la Guerra de secesión, que, según él, impregna toda su literatura, pero, al mismo tiempo, no aparece por ningún lado. Es un tema más “invocado” que “dramatizado”; una elipsis que, sin embargo, sirve en ocasiones como el fondo de las tramas y el origen de los conflictos internos en los personajes, como un acontecimiento implícito que parece explicar todos los grandes problemas estructurales: la pobreza, la violencia, el resentimiento.

Sin embargo, para leer a Faulkner, sugiere el profesor, es conveniente leer paralelamente la historia sureña, desde el sistema esclavista de las plantaciones, pasando por la guerra civil y la abolición de la esclavitud, hasta el periodo de la Reconstrucción y sus proyectos políticos frustrados. Faulkner nació en Mississippi a finales del siglo XIX. Vivió una temporada en ciudades como Nueva York, Nueva Orleans y Los Ángeles, donde acabó trabajando como guionista en Hollywood. Aunque fue Oxford, ciudad del estado de Mississippi donde creció, la fuente de inspiración que nutriría gran parte de sus novelas, para algunas de las cuales se inventó su propio territorio imaginario, también en Mississippi, el célebre condado de Yoknapatawpha, donde los lectores se reencontraban a veces con los mismos personajes.

Su obra literaria supone una herramienta de conocimiento extraordinaria para tratar de comprender nuestra realidad, heredera de otras

En la ficción, Faulkner consiguió mostrar, mediante ese estilo experimental que hizo que se convirtiera en una referencia del modernismo, la decadencia de la aristocracia blanca, pero se le han atribuido ciertas limitaciones a la hora de retratar a los negros y sus sufrimientos. En su vida (examinada también por Gorra en las cartas, los diarios y las declaraciones en la prensa) se mostró todavía más incapaz de reconocer el racismo que imperaba en el territorio al que tanto había dedicado su carrera literaria. En una carta a un periódico de Memphis, por ejemplo, sugirió que la justicia impartida por los tribunales servía los mismos propósitos que los actos de las turbas enfurecidas en las calles. En una entrevista dijo que añoraba los tiempos de la esclavitud, “la autocracia benevolente”, argumentando que así los negros “tendrían a alguien que se preocupa por ellos”. Años más tarde, cuando comenzaron las manifestaciones de los derechos civiles, publicó un artículo, bajo un título ciertamente osado (“Si yo fuera negro”), donde se permitió dar una lección a los líderes de este movimiento aconsejándoles que no fueran tan ambiciosos en sus demandas.

Como señala Gorra, es por todo eso, no a pesar de eso, por lo que Faulkner ha de ser leído y estudiado. Su obra literaria supone una herramienta de conocimiento extraordinaria para tratar de comprender nuestra realidad, heredera de otras. No podemos buscar en los autores virtudes que, por razones diversas, no poseen, sino, más bien, tratar de averiguar qué nos dicen sus carencias sobre nosotros mismos. En ese espejo, no siempre impoluto, se refleja a veces la verdad de la literatura. Lo que no contamos, lo que no vivimos, lo que no podemos o no sabemos representar. Leer para leernos.