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Xaime Fandiño

LA ACERA VOLADA

Xaime Fandiño

Tres modestos cines de diario

Crónicas de niñez y juventud de un vigués deslocalizado

Si bien, la recién llegada música rock en sus diferentes modalidades de consumo era uno de los elementos motivadores de la juventud para sentirse vivo y diferente, el cine fue, en nuestra generación la otra distracción que nos permitió soñar con otros universos y eludir la realidad. Había cantidad de oferta tanto en el centro de la ciudad como en áreas periféricas. En el barrio del Calvario estaban el Avenida y el Palermo, en el de Casablanca el Ronsel, el Roxy en Teis, el Maravillas en Bouzas y el Disol en las Traviesas, en la zona de Povisa. Los niños de mi calle decían que el nombre de esta sala estaba inspirado en las iniciales de los propietarios: Dino y Solina: DISOL. Se non è vero, è ben trovato.

La selección de los títulos proyectados, así como el modelo de programación en las diferentes salas definían su singularidad. Hoy, más allá de los centros de proyección de películas de estreno nos centraremos en tres cines modestos del corazón de la ciudad, de consumo diario y aptos para economías adolescentes: El Cinema Radio el Cine Niza y el Teatro Circo Tamberlick.

En la confluencia de María Berdiales con Magallanes había dos salas el Cinema Radio, más allá de su acepción francesa denominado vulgarmente como el “marradio“. Estaba situado al lado de Saldos Arias. En la acera de enfrente se ubicaba el cine Niza, especializado en sesiones continuas. Proyectaba dos películas seguidas. Una vez que entrabas podías estar toda la tarde viéndolas en bucle. Era una especie de sentada tipo Netflix pero en sala. La selección de las cintas no era de estreno pero cumplían la función de tenerte entretenido comiendo pipas, regaliz y garrapiñadas. De aquella las palomitas eran pura entelequia.

Podemos constatar en el cuadro de programación adjunto, como en la sesión del Niza de esa jornada, tuvimos la oportunidad de ver varias veces de forma ininterrumpida Help de The Beatles junto a Rosie. Hubo quien fue varios días seguidos mientras estuvieron en cartel. Sobre todo por la película de la banda de los intérpretes de Love me do. Pues para muchos, además de ser fans incondicionales del grupo, era una magnífica oportunidad para fijarse, memorizar y aprender los acordes de todas las canciones que interpretaba en pantalla el cuarteto de Liverpool.

Siguiendo esa misma calle María Berdiales en su confluencia con El Progreso y bajando por Doctor Cadaval estaba el Teatro Circo Tamberlick. Si bien los citados “marradio“ y Niza consistían en un habitáculo alargado y no demasiado elevado, este último estaba diseñado en vertical. Más pensado para propuestas escénicas que cinematográficas. De hecho su nombre hace referencia al tenor italiano que lo inauguró con una ópera a finales del siglo XIX. Las entradas más económicas eran las de la parte más elevada del teatro. Nosotros le llamábamos “ir a poleiro“ pero, en el cartel de la taquilla las denominaban: “paraíso y delantera de paraíso“. Las de delantera consistían en un banco corrido en el que, una vez sentado, te ubicabas apoyado directamente ante una barandilla que daba al vacío. Por la altura considerable que había hasta el patio de butacas, delantera de paraíso no era apta para personas con vértigo.

Los asientos de paraíso, también bancos corridos, se situaban más protegidos detrás de esta primera línea. El precio de las dos localidades era el mismo así que, los más intrépidos pillaban la delantera y los más conservadores iban directamente al paraíso.

En el entorno de este grupo de cines, situada al principio de la tremenda cuesta de la calle Lóriga, estaba la Academia San Miguel. El director don José era un tipo entrañable que usaba pajarita a diario. El centro de estudios estaba al lado de una fábrica y distribuidora de caramelos y golosinas que operaba con las marcas Cavi y Nubur. Un lugar de provisión recurrente para todos nosotros, sobre todo para ir al cine. Allí, junto con mi colega Carlos Fernández cursábamos por libre no me acuerdo qué curso de bachillerato. Algunas veces, cuando teníamos algo de calderilla, nos saltábamos las clases para ir a ver alguna película a una de esas tres salas de proximidad. Carlos, que era un poco mayor que yo, creo que medio año, en esas edades es definitivo, podía entrar a las películas para de mayores de 16 y yo me quedaba en la puerta. Te pedían el DNI y eso era irrefutable. Nunca estuve tan ansioso de que pasara el tiempo y cumplir 16 para poder entrar.

Otros cines próximos de mayor categoría, como el Fraga, el Barbón o el Odeón, la sala que aparece en la fotografía que ilustra este artículo y que, una vez derribada, pasó con el mismo nombre, pero sin su majestuosidad a situarse al lado del Tamberlick; eran generalmente salas de estreno de películas comerciales, mientras que en el Rosalía, la programación de se hacía de forma selectiva dentro de lo que se denominaban films de “arte y ensayo”. Una red de distribución en salas especializadas que trataba de diferenciar las películas artísticas de las más comerciales. Ahí se proyectaban cintas de Antonioni como Blow Up o Delicias Turcas de Verhoeven. Ni el Betamax ni el VHS habían hecho su aparición y el cine sólo se consumía en sala.

El Fraga, llegado un momento adaptó su equipamiento de proyección a una nueva tecnología denominada Todd-AO. En vez de utilizar el formato de película estándar de 35 milímetros, como era el de los carretes de las cámaras de fotos de la época, usaba uno de 70 milímetros que proyectaba sobre una pantalla cóncava junto a una distribución de altavoces a lo largo de la sala. El sonido ya no salía únicamente de zona la pantalla. Las proyecciones en Todd-AO se publicitaban de forma explícita y muy rimbombante en las promociones radiofónicas y en la cartelería.

Los precios de esas salas de estreno eran prohibitivos para nuestras rascadas economías. Así que, cuando el domingo acudíamos a ver esas películas de estreno anunciadas en enormes carteleras pintadas a mano que colgaban sobre las fachadas de esos grandes cines, era todo un ritual solemne que poco tenía que ver con nuestras opciones de consumo cinematográfico más modesto y del día a día, que hacíamos de forma aleatoria en las escapadas y novillos académicos, a las salas Niza, Tamberlick o al “marradio”.

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