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Ánxel Vence.

crónicas galantes

Ánxel Vence

Política parroquial a la española

Dimite uno de los vicepresidentes del Gobierno para concurrir a unas elecciones autonómicas y aquí no se habla de otra cosa, por más que se trate de una mera noticia local, doméstica y de andar por casa.

Estos lances de la política parroquial y partidaria entretienen mucho al público, como los goles de Cristiano Ronaldo en la Juventus; pero en realidad carecen de importancia alguna. Da igual que el vicepresidente segundo sea Pablo Iglesias o una señora de Ferrol. Incluso es irrelevante en cuestiones de fondo que la presidencia del Gobierno la desempeñe Pedro Sánchez o cualquier otro mandamás, ya sea de izquierdas o de derechas.

La que de verdad manda aquí y en resto de la UE es la canciller Ángela Merkel o quien la sustituya llegado el momento. Es en Bruselas, previo plácet de Berlín, donde se adoptan las grandes decisiones que los demás miembros deberán asumir (o “trasponer”, en su jerga) una vez que han cedido casi toda su soberanía al club de conservadores, liberales y socialdemócratas que forma la Unión.

Nadie ignora que la moneda común la administra un gobernador en Frankfurt, que los Presupuestos nacionales los aprueba o suspende Bruselas en segunda instancia; y que, por supuesto, los ejércitos están subordinados a las estrategias de la OTAN. “La OTAN, es decir: Estados Unidos”, aclaró lúcidamente en su día el general De Gaulle sin que los hechos lo hayan desmentido hasta ahora.

Todo ello reduce el poder de los Estados al de meras comunidades autónomas, como bien puede dar fe el griego Alexis Tsipras, que pretendió salirse del guion con las consecuencias de todos conocidas. No sorprenderá que Pablo Iglesias, el alter ego español de Tsipras, haya cambiado el poder autonómico del Gobierno por el de otra autonomía de territorio más limitado como la de Madrid. Tal vez mandaría más que como vicepresidente, si tuviera éxito en su improbable empeño.

Tal estado de cosas no tiene por qué ser necesariamente un motivo de aflicción. En la práctica, el mando centralizado de la Unión Europea frena las extravagancias que pudieran cometer en materia económica los miembros asociados y, en general, hace predecible la política.

Esa estabilidad puede ser –y, de hecho, lo es– muy aburrida; pero a cambio Europa ofrece un sosiego que siempre resulta de agradecer. Para diversión ya están las naciones de Hispanoamérica y otros lugares del mundo, aunque no es seguro que sus habitantes aprecien en lo que vale tanto entretenimiento.

Quizá por eso sorprenda que una anécdota puramente doméstica como la que estos días protagonizan Pablo Iglesias e Isabel Díaz Ayuso esté despertando el interés y hasta las pasiones que suscita entre las gentes del común. Son dos políticos que, más allá de sus accidentales diferencias de ideas, han sido amamantados por los focos de la tele, lo que acaso explique tan desusada atención. También en esto la política empieza a parecerse al fútbol, con sus respectivas cohortes de forofos.

Iglesias se ha limitado a cambiar de autonomía para el ejercicio de su profesión: y eso no pasa de ser un asunto personal o, a lo sumo, local, en este país donde la política está tan relacionada con la familia. Si el nivel no mejora, habrá que ir pensando en crear un Ministerio de Debates Parroquiales. Otros más raros existen.

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