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Francisco García Pérez opinador

Lo que hay que oír

Francisco García Pérez

¿Se cumple la Programación?

La enseñanza y los culpables de la irresponsabilidad botellonera

¿Se cumple la Programación?

La culpa de la irresponsabilidad botellonera y fiestukera y kedadera en plena pandemia, la culpa de la actitud del ande yo caliente de güisquitos sinmascarillados y ríase la gente mientras me marco también mis rayitas en el garito clandestinito atiborrado de coleguis cuarentones, la culpa de ese insolidario y bochornoso comportamiento –digo– no es de los profesores que tuvieron esta gente, la otra y la de más o menos edad. Yo atisbé que se estaba cocinando una muy gorda cierta mañana de hace unos veinte años cuando una autoridad ─–educativa, por supuesto– desquició mi paciencia tras hora y media de dirimir si poníamos o quitábamos un par de comas de la Programación del Departamento cuya jefatura yo ostentaba. Fue una epifanía, la revelación de que enseñar iba a quedar relegado al baúl de los recuerdos, pues la autoridad –comercial, por supuesto– había decidido sustituir el concepto “alumno” por el de “consumidor futuro”: desbancar la preocupación por la persona en favor de la atención al número, la estadística y a un par de comas.

La mañana referida ya llevaba yo unos 45 años en la enseñanza. Clases particulares donde enseñé a leer y a escribir a guajes, repartos proporcionales a un sargento del ejército o redacción elemental a un experto en pornografía. Enseñanza reglada con una sustitución en un colegio de monjas y luego un curso en un centro concertado de durísima disciplina. Destinado a un pueblo minero de la montaña asturleonesa tras ganar mis primeras oposiciones. En el oeste asturiano después. Y colgué la tiza en Gijón como catedrático de Enseñanza Secundaria. Enseñé a personas hábiles, listas, ceporras, gamberras, médicas o abogadas. A un conductor de autobús y a un secreta. Di clase a un padre (en el régimen nocturno) y años después a su hijo. Sufrí leyes y nuevas leyes, llamadas educativas. Algo sabía de enseñanza. Pero a la autoridad educativa del párrafo anterior no le importaba nada la enseñanza y sí muy mucho un par de comas que –según ella– alteraban todo el sentido de la neopedagógica Programación del curso. Me di cuenta de lo que se nos venía encima cuando le escuché decir que si no quitábamos aquellas comas se caía todo el estaribel, que lo único importante era la redacción de la Programación y decir que se cumplía. ¿Se cumple la Programación? ¿Sí? Pues, hala, todos contentos. Obnubiladas por neopedagogos sacamuelas, las autoridades educativas entendieron que el futuro estaba en estrategias de enseñanza aprendizaje, capacidades postconceptuales neocomprensivas, autoestimulación del alumnado y otros palabros semejantes siempre que así constasen en las páginas y páginas de una Programación que se decía que se cumplía. Eso de enseñar, transmitir, servir de puente había quedado más obsoleto que el pelo cardado. Clamé mil veces contra esa tormentosa movida aborregadora que se avecinaba: la sustitución del alumno como persona por el alumno como porcentaje. Los sindicatos silbaban tangos y vendían lotería. Pocos padres se ocupaban. La única pregunta de la autoridad era: ¿se cumple la Programación? Viva la estadística y a tomar por el saco las Humanidades: los bárbaros nunca supieron que “una persona que lee a Montaigne tiene una esperanza de vida de diez a quince años superior a la de una que no lo ha leído” (gracias, Iñaki). Viva la posmodernidad programativa, vivan el neoespañol, el sé tú mismo, el todo es opinable, viva la actual apoteosis de la ignorancia de los ofendiditos constantes.

El culpable, pues, del comportamiento de los irresponsables durante esta peste, es un Poder que se marcó como objetivo formar una masa dócil, incivil y caprichosa, analfabeta funcional, estúpida en medidas inimaginables. ¿Para qué? Para manejarla mejor y que así consuma mejor, para confundirla mejor, para becerrearla con el oro de unos trabajos de mierda con sueldos aún más pestilentes. ¿Qué se hizo de aquellas autoridades educativas, de aquellas mayordomas de inanes Programaciones? Lo de siempre: yo no fui, yo no estuve. La culpa a los profes o al chachachá.

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