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Carles Francino

Animales digitales

Imaginemos a un jabalí removiendo las sobras de un contenedor de basura… suponiendo que ese contenedor no lo haya quemado nadie. O pensemos en un gato que se ha colado en la cocina, o una rata en mitad del vertedero, o una vaca pastando en los verdes prados, que es más idílico. Da igual. Lo importante es que el comportamiento de los animales cuando buscan comida se parece mucho al que impulsa nuestro trajín en las redes sociales.

No lo digo yo, que además soy insumiso, sino un informe de varias universidades (Boston, Nueva York, Zurich…) que se han dedicado a estudiar el tema. Si un mono de laboratorio sabe que tocando una tecla le cae un pedazo de plátano, la tocará muchas veces. Si un selfi o un tuit generan un aluvión de me gusta, el internauta repite inmediatamente; pero si no, se para. Es lo que se llama aprendizaje por recompensa.

"El objetivo es construir una identidad de éxito, pero los referentes en esas redes suelen ser un timo, por inalcanzables"

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Nada nuevo bajo el sol si no fuera por la adicción y la ansiedad que genera esa búsqueda desesperada de reconocimiento a través de unos canales –las redes sociales– que actúan como turbopropulsores de todo: lo bueno, lo malo y lo regular. El objetivo es construir una identidad de éxito, pero los referentes en esas redes suelen ser un timo, por inalcanzables.

“Esto está ya muy estudiado”, le decía el otro día a Josep Cuní el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, que está muy interesado en el fenómeno. Y tiene razón; lo malo es que no parecemos hacerle ni puñetero caso a las señales de alarma. Quizá por eso hay otra pandemia en marcha en la que nada deja poso y donde los criterios de atención están cada vez más educados en lo digital: abrazamos lo virtual, no lo real.

El profesor José Carlos Ruiz lo define como “bulimia emocional” en su libro “Filosofía ante el desánimo”, una lectura muy recomendable para estos tiempos de confusión y vértigo. No se trata de cerrar las redes ni de prohibir nada –dice-– pero sí de gestionarlas desde un pensamiento crítico que nos permita distinguir el yo virtual del yo real. Creo que deberíamos hacerle caso, porque jabalís, no lo sé, pero hay personas que cada vez se parecen más a un avatar.

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