Hablo de epidemia y no de pandemia, porque voy a referirme a una enfermedad del alma que se viene propagando exclusivamente por el territorio español. Y es que, además de la pandemia del coronavirus que se extiende por casi todo el mundo, en España estamos sufriendo una enfermedad que afecta al intelecto de un gran número de españoles, y que puede ser diagnosticada como una epidemia de insensatez, de necedad, de falta de sentido o de razón.

En efecto, todos sabemos que España sufrió una sangrienta y enconada Guerra Civil, a la que siguió una larga postguerra bajo un régimen autocrático. Pero sabemos también que tuvimos la fortuna histórica de que al morir el dictador las fuerzas políticas existentes pusieron sobre la mesa sus respectivas esperanzas para organizar una convivencia democrática que fuera asumible por casi todos. Como consecuencia de este esfuerzo de generosidad y reconciliación, España alumbró en 1978 una Constitución que constituía un marco jurídico apto para compatibilizar los intereses contrapuestos propios del pluralismo político, al tiempo que instituía un Estado social y democrático de Derecho. Hasta tal punto acertó el pueblo español en ese momento histórico que hoy, cuarenta y dos años después, se puede afirmar que ese tiempo ha sido sin discusión el de mayor desarrollo social, político y económico de nuestra historia.

Pero en el primer lustro del siglo XXI, mientras España navegaba viento en popa por el mar de las libertades y de la prosperidad, empezaron a producirse en otras partes del mundo ciertos desajustes económicos graves que al estar el mundo globalizado acabaron también por golpearnos fuertemente económica y socialmente. Y es que la política monetaria globalizada optó por una fuerte reducción de los tipos de interés para ayudar a la endeudada economía norteamericana. Lo cual provocó que los beneficios de las entidades mediadoras en el tráfico del crédito, al no poder nutrirse ya de los altos tipos de interés, no tuvo más remedio que aumentar el número de operaciones crediticias a tipos de interés muy bajos. Se pasó así de la calidad del crédito (menos operaciones a tipos de interés más altos) a la cantidad del crédito (más operaciones a tipos más bajos) y esto trajo como consecuencia que se descuidara gravemente la selección de los deudores: se buscan cuantos más deudores mejor aunque se suscitasen serias dudas sobre su solvencia.

Dicho en Román paladino: aumentaron los ricos y los pobres y se redujo la sufrida clase media

En este estado de cosas, no fue casualidad que surgiera la crisis de las “subprime”: la excesiva “titulización” de los préstamos hipotecarios, unida a la circulación generalizada de esos títulos en todas las economías, provocó una crisis económica global que empobreció seriamente a las sociedades más dependientes del crédito, como era la española. Nuestra sociedad fue adquiriendo entonces la forma del juguete “diábolo”: adelgazó por el centro y crecieron sus dos conos, el superior, de la clase pudiente, que se fue haciendo cada vez más rica, y el inferior, de la clase menos favorecida, que se fue haciendo cada vez más pobre. O dicho en Román paladino: aumentaron los ricos y los pobres, y se redujo la sufrida clase media.

Esta situación, y los errores de los dos grandes partidos de gobierno, provocaron la crisis del bipartidismo. En la izquierda, el dolor de los poco favorecidos fue aprovechado por políticos de nuevo rostro y viejo cuño (comunistas, que una vez más cambiaron de nombre) que no solo se presentaron como los salvadores de los “herederos de la nada”, sino que se hartaron de criticar la forma de hacer política de los anteriores a los que calificando como “casta”. En la derecha, las distintas sensibilidades que militaban en el partido mayoritario de centro-derecha se dividieron, surgiendo una derecha más radical que le comenzó a disputar los votos al antiguo partido de centro-derecha.

Por otra parte, la necesidad que tuvieron en numerosas ocasiones los dos partidos mayoritarios de contar con los votos de los partidos nacionalistas para formar gobierno acabó convirtiendo, sobre todo a los nacionalistas catalanes, en una “tenia o solitaria” insaciable. Lo cual hizo surgir en Cataluña un movimiento político de centro con fuertes raíces españolas para frenar al nacionalismo catalán que estaba empezando a desbocarse. La nueva formación dio sus primeros pasos en Cataluña pero no tardó en dar el salto a la política nacional.

El resumen de una buena parte de la segunda década del presente siglo es que el panorama político español se ha complicado. Ahora hay dos bloques. Uno, que es el mayoritario, muy heterogéneo, que está aglutinado en torno al partido de gobierno de la izquierda moderada. El agente aglutinador de muchos de los partidos de este bloque es acabar con el espíritu de la Constitución de 1978. El otro bloque, minoritario, es más homogéneo ideológicamente que el otro bloque, pero sus miembros pugnan entre sí desesperadamente por hacerse hegemónicos dentro de él.

Pues bien, la epidemia de insensatez que nos aqueja consiste en que desde 2015 este panorama político aterrador apenas cambia: hay trasvases de votos poco significativos dentro de cada bloque, pero los bloques permanecen. Y mientras no cambien los términos del problema tampoco seguirá sin haber solución. La estabilidad de los bloques y la importancia, como sumandos, de los votos de cada partido para alcanzar el resultado aritmético de la suma total, está debilitando seriamente la fortaleza del Gobierno central. Y no es que se vaya produciendo un traspaso de contenido de poder central –por decirlo así- para convertirlo en poder autonómico. Es que los gobiernos autonómicos pretenden recibir cada vez menos poder central-descentralizado fruto de un acuerdo de cesión entre el gobierno central y los autonómicos. Lo que persiguen las nacionalidades más independentistas es recibir cada vez más poder, que se considera federal, porque es consecuencia de una especie de conversión del poder central que pasa a concebirse como un nuevo poder derivado del estado autonómico federado. Lo cual está conduciendo a una “disolución” de hecho de la España de 1978 que crece en el caldo de cultivo de la epidemia de insensatez por estar consintiéndolo.