A poco que alguien siga el asunto con atención, parece inevitable que concluya que este de la política es un terreno inagotable para las sorpresas. Y la mayor parte de ellas, aunque esté mal escribirlo, resultan bastante desagradables, por no emplear el “muy”. Como para muestra basta un botón, vale con el último: cuando casi toda Galicia reclama un acuerdo entre sus diferentes partidos, resulta que quien ha de convocar una reunión –al menos exploratoria– no la convoca y la izquierda, en su turno, se dedica a buscar protagonismo a toda costa.

El relato es sencillo. La lideresa de la oposición y Portavoz Nacional del BNG, que es la segunda fuerza del país con clara ventaja, quiere un encuentro “a dos” con el presidente Feijóo. A su vez, el tercero en discordia, que es el secretario general del PSdeG-PSOE dice que, de eso, nada, y que hay que buscar entre todos acuerdos con la Xunta para corregir “los errores” del Ejecutivo gallego: a eso se le llama estar al loro de lo que sucede aquí. Pero dado que de lo que se trata, al parecer, es de salir en la foto, nadie debería molestarse en señalar fallos; o corregirlos.

Ni siquiera debiera sorprenderse –en esa línea argumental de falsete– la población representada al comprobar que sus asuntos le importan poco a los jefes de los representantes. Al fin y al cabo, el protagonismo aporta réditos a los que lo consiguen y, en el fondo, de eso se trata. Y si se asume esa triste conclusión, habitual entre la gente del común, se entenderá mejor lo que sucede aquí e incluso, como parte del entretenimiento, podrá abrirse un periodo muy interesante para repartir en porciones la responsabilidad de tal estado de cosas. Cuando llegue el momento, claro.

Así, a nadie puede extrañar que el vencedor de las elecciones del 12-J y otras tres anteriores –todas por mayoría absoluta–, no se ponga en contacto por propia iniciativa con sus adversarios, al estilo del tan criticado por lo mismo señor Sánchez. La práctica del diálogo en la búsqueda de acuerdos para afrontar mejor los problemas comunes –y además conseguir que duren– es algo habitual en las sociedades democráticas avanzadas. La gallega lo es, pero en ese capítulo, el de la generosidad a la hora de llevar a la práctica la teoría, le falta un hervor. O un par de ellos.

Conste que en la otra orilla, y a escala estatal, el panorama es peor. En los otros reinos que conforman España, el problema no es la falta de generosidad, sino el exceso de avaricia por alcanzar el poder y mantenerlo. Eso lleva a pactos contra natura que, por serlo, causan peleas internas por el mismo motivo que las de sus filiales aquí: el protagonismo. Pero en Galicia son por llegar alguna vez a lo que sus “mayores” ya tienen, que es la gobernanza. Ha de ser por todo eso –que, naturalmente es opinión personal– por lo que en este país el vedettismo es lo que a la hora de la verdad importa. En unos más que en otros, posiblemente, pero con poca diferencia. Y de ahí que se den espectáculos pintorescos.

¿No...?