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Xaime Fandiño

LA ACERA VOLADA

Xaime Fandiño

¿Vamos a las inglesas?

Crónicas de niñez y juventud de un vigués deslocalizado

El “Uganda” era uno de los buques que traían estudiantes inglesas. | // FDV

Un grupito de estudiantes en la esquina de la heladería Capri al principio de Carral.

Esta era una pregunta que se articulaba en todos los centros de enseñanza media de la ciudad cuando llegaban a puerto cuatro barcos de pasaje el Devonia, el Dunera, el Nevasa y el Uganda. No importaba si el colegio en el que estabas matriculado era religioso o no. A la consigna ¡que vienen las inglesas!, se producía una movilización colectiva en los Salesianos, Muro, Maristas, el Santa Irene de Traviesas y en las numerosas academias locales.

¿Cuál era el motivo para que en sus arribadas esos paquebotes causaran tanta algarabía entre los jóvenes de la ciudad?. Pues un tema nada trivial: tratar de calmar las necesidades de una pubertad plagada de testosterona.

Esos barcos venían cargados de estudiantes inglesas que hacían su viaje escolar anual o de fin de estudios. El chascarrillo local que se corrió como la pólvora era que las chicas británicas estaban liberadas y se daban muy bien. Aunque esta expresión tiene en la actualidad una connotación semántica muy negativa, como si de una cacería se tratara y sería políticamente incorrecta, es necesario situarla en el contexto de los años sesenta, donde lo del amor libre y todas esas cosillas todavía no habían aterrizado por estas latitudes. Estábamos en una dictadura y las alegrías para los cuerpos de los adolescentes no iban más allá de simples calentones en los guateques.

Inglaterra era la cuna de un reciente movimiento, un país en convulsión que, a través de la música de Beatles, Rollings, Kinks, Animals etc., estaba rompiendo con los estereotipos sociales, tanto en la estética como en temas tabú. Por ejemplo, las relaciones sexuales.

Así, cuando en la columna marítima de Faro de Vigo que informaba de las singladuras aparecía anunciada la arribada de uno de estos cruceros, corría como la pólvora entre los jóvenes de la ciudad. Las primeras veces, los que se acercaron al puerto para ver la llegada de las escolares inglesas y tratar de entablar con ellas una relación a espaldas de sus teachers, fueron pequeños grupos de estudiantes locales compuestos por las élites más militantes y comprometidas con los efluvios musicales que llegaban del Reino Unido, pero poco a poco, singladura tras singladura, la bola fue creciendo y lo que había sido una simple anécdota se convirtió en una movilización juvenil de dimensiones nada desdeñables.

El anuncio de la llegada de cualquiera de esos barcos, aparecía puntualmente bien especificado en la información de la actividad portuaria del diario, “... y en el muelle de pasajeros a las once de la mañana llegada del buque Dunera procedente de Southampton con escolares en viaje de estudios”. A partir de esta confirmación, profesores y directores de los colegios locales se ponían a temblar. Sabían que ese día el absentismo estaba garantizado. No había móviles, ni whatsapp pero las redes de la rumorología y el boca a boca, “radio bemba” como lo llaman los cubanos, funcionaba a la perfección. Las aulas quedaban diezmadas y, por la calle Carral, hordas de quinceañeros bajaban cara al puerto para recibir a las inglesas, porque eso sí, el evento por sus características era claramente sexista y masculino.

Ya en el puerto, en la zona del reloj de sol y de los quioscos en los que se vendían souvenirs, los jóvenes vigueses se acercaban a la verja que protegía la entrada al muelle de atraque y tomaban posiciones preferentes en orden de llegada, para contemplar desde la mejor lo localización el acceso de la comitiva estudiantil anglófona. Cuando las muchachas quinceañeras con su tez blanquecina aparecían en escena, los brazos se agitaban a la vez que se proferían gritos con frases simples y cortas de bienvenida con lo poco aprendido en el aula: hello, good morning… Los más avezados hacían uso de construcciones gramaticales más acordes con el momento, inspiradas en los títulos y las letras de las canciones: Do you want to know a secret o Love me do, por poner algunos ejemplos. En aquel momento casi todos éramos alumnos de francés. La formación en lengua inglesa no era lo habitual. La dictadura tenía como proclama “Gibraltar español” y cualquier conato de acercamiento a la isla era atenuado; y la lengua lo era.

Una vez que las chicas salían fuera de la verja y accedían a la explanada de esa zona situada frente al Náutico, delante de donde hoy está situado el centro comercial A Laxe, se comenzaban a formar grupitos de chicas con estudiantes locales. En algunos casos los teachers intentaban controlar estas interacciones, pero era tal el volumen que se convertía en tarea imposible. Por ello, a partir de un momento, a la llegada de un “barco de inglesas”, que era como se le dominaba en el argot local a estas arribadas, comenzaron a personarse unidades de policía cada vez más numerosas con el fin de contener el aluvión.

Recuerdo que algunas escolares quedaban simplemente visitando el centro de Vigo y otras tenían excursiones programadas a Samil. Así que cada grupo de estudiantes locales se montaba su propia estrategia y decidía el campo de operaciones: playa o ciudad.

Pienso que las chicas ya venían instruidas por anteriores promociones antes de subir al barco. Sabían que al llegar a Vigo iban a tener un recibimiento como se merecían y que la juventud local estaría ahí para darlo todo. Así que, ni las carreras delante de la policía provocaban que decayera el entusiasmo cada vez que un buque con personal femenino, proveniente de las islas británicas, hacía escala en la ciudad. ¿Si no, cómo se entiende que las chicas no se aterrorizaran cuando, al bajar del barco encontraban a cientos de jóvenes detrás de una verja agitando los brazos y diciendo palabras en un “inglés de garrafón”?. Está claro que conocían bien el relato.

La argumentación para ligar y llegar a tener un ligero escarceo amoroso, que era en definitiva para lo que se montaba todo ese cirio, partía de una premisa fundamentada en que las chicas inglesas estaban más liberadas que las locales. Lograr el objetivo dependía de la habilidad para romper los grupos numerosos de chicas de modo que fueran más manejables y así poder entablar, al principio una relación amistosa y de confianza, para posteriormente intentar llegar un poco más allá. Siempre con buenas formas y de acuerdo mutuo. No ha llegado a mis oídos ningún caso en que esto no fuera así.

Entre las tácticas y estrategias pergeñadas para conseguir ganar el día, lo ideal, como comentamos, era evitar meterse en grupos numerosos donde lo que había era mucha algarabía pero poca concreción. Para tener verdaderas posibilidades de conseguir una interacción amorosa, lo suyo era una reunión de dos amigas de la isla y dos amigos locales. Y tiene su lógica. Con una amiga a su lado ambas chicas se sentían tranquilas además de disponer de un alto grado de confidencialidad sobre lo que sucediera en esa especie de cita a ciegas adolescente.

Las cosas en general no pasaban a mayores de agarrarse de la mano, unos besitos y alguna mano despistada aquí o allá. Entre los contemporáneos circula toda una literatura popular sobre casos que sobrepasaron los límites de lo habitual, pero yo los desconozco. Sí recuerdo la anécdota de unos amigos que pillaron prestado uno de los botes del RC Náutico y se fueron a remo a abordar al buque atracado para estar más cerca de las inglesas y así despedirse, como Dios manda, cuando el barco soltó los cabos del noray, arrancó máquinas y comenzó a alejarse de la ciudad.

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