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Joaquín Rábago.

360 grados

Joaquín Rábago

La ambigüedad del PSOE y los recelos de Unidas Podemos

Está cada vez más claro, si es que no lo estaba ya antes de las últimas elecciones generales en nuestro país, que al PSOE le habría gustado tener como socio a Ciudadanos, de haber dado los números.

Fue en cualquier caso un error, monumental error político desde el punto de vista de muchos, la repetición electoral, que dejó al PSOE de Pedro Sánchez a merced de los grupos parlamentarios nacionales o nacionalistas a su izquierda.

Y es, al mismo tiempo, el antinacionalismo radical de Ciudadanos el que puede dificultarle también al PSOE en el futuro una alianza alternativa a la de Unidas Podemos a menos que se produzca alguna flexibilización en el partido de Inés Arrimadas o que no termine este absorbido por el PP.

He contado ya en alguna ocasión la sorpresa que siempre me expresaban los dirigentes liberales alemanes con los que hablaba en mi vieja etapa de corresponsal en Bonn, entonces capital de la RFA, por la inexistencia en España de un partido auténticamente liberal y de centro, tanto en lo social como en lo económico, algo a lo que parecía en principio predestinado Ciudadanos.

El PSOE es, a su vez, un partido que ha hecho un arte de su ambigüedad: republicano, que apoya, sin embargo, la monarquía; laicista, pero que contemporiza más de lo necesario con la Iglesia; de izquierdas ma non troppo.

Esa ambigüedad, ese continuo juego con el equívoco lo vimos mejor que nunca en el eslogan con el que el PSOE de Felipe González se enfrentó al referéndum en torno al ingreso de España en la Alianza Atlántica: “OTAN, de entrada no”.

"Pedro Sánchez parece arrepentirse ahora de algunas de las cosas que se vio obligado a firmar en su día con el partido de Pablo Iglesias, peaje que hubo de pagar para poder continuar en la Moncloa"

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Su actual alianza de gobierno con Unidas Podemos, fruto más de la necesidad que de la convicción ideológica, amenaza con arrastrar al PSOE a decisiones que disgustan a muchos de sus dirigentes regionales y militantes.

Pedro Sánchez parece arrepentirse ahora de algunas de las cosas que se vio obligado a firmar en su día con el partido de Pablo Iglesias, peaje que hubo de pagar para poder continuar en la Moncloa.

De ahí los recelos crecientes entre ambas formaciones y las discrepancias continuamente aireadas sobre todo por Unidas Podemos, que parece dispuesto a trazar una línea cada vez más delgada entre Gobierno y oposición.

Lo vemos estos días en las discusiones en torno a leyes como la de alquileres o la libre elección de género, pero también con la renovación del poder judicial, en la que el PSOE de Sánchez y el PP de Pablo Casado actúan como si España no hubiese superado el bipartidismo.

Unidas Podemos parece temer que, de no conseguir imponer ahora buena parte de su agenda, tan trabajosamente negociada con el partido de Sánchez, este, cada vez más presionado por sus propios barones, decida tentar otra vez a la suerte y convocar nuevas elecciones.

La incomprensible resistencia de los líderes de Unidas Podemos a condenar de modo inequívoco el vandalismo de unos pocos en las manifestaciones contra el encarcelamiento de un rapero más conocido por sus injurias que por la calidad de sus canciones le ha hecho un flaco servicio a la actual coalición, al menos de cara a una opinión pública cada vez más cansada de sus querellas.

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