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Carlos Núñez

Murales de color que producen música

Murales de color que producen música

La pintura mural viguesa se inició con buenos auspicios. Vigo tiene que felicitarse por recoger esta gran aspiración artística que convierte el espacio público en vertebrador de una forma más humana de construir ciudad. La pintura mural recuperó grandes espacios abiertos para mostrar verdaderas obras de arte, cuyos colores son nuevos cada vez que se miran. Lo habíamos anunciado desde estas columnas de FARO hace pocos años: “Con el estímulo artístico urbano podemos crear en Vigo un Museo a Cielo Abierto, una manifestación cultural que no renuncie a formar parte de la historia, en donde la estética apoye, dé sentido y ennoblezca el progreso…”.

La cara oculta de muchos edificios buscan una forma más enérgica de expresión a través de estos gigantescos murales, cuyos colores producen música y un lenguaje profundo de los sueños. Esa explosión de color entre Bouzas y Cabral –como dice el periodista Carlos Prego– forma parte integral de una nueva imagen viguesa, en que el color crea la luz que provoca sensaciones de bienestar y actividad. No hablamos de un fenómeno ocasional o caprichoso, sino persistente y dilatado en el tiempo, pues el arte efímero de lo simplemente bello convertiría la calle en una mera piel amable y decorativa, invisible y superflua de la arquitectura urbana, para poder soportar el paso de los años y los gustos complacientes de una sociedad caduca.

La calle es el ámbito social donde existe más necesidad de significar espacios idóneos para crear vigorosas propuestas artísticas. Por eso los colores de estos espacios murales son amigos de sus vecinos, porque hablan todos los lenguajes y porque el arte mural es un mensaje despojado de egoísmo, abierto a la ciudadanía por su función social. El arte urbano muralista es un recurso útil para vincular socialmente a las personas con el territorio, porque es un producto creado por el sentimiento público y no solo por el artista creador.

El arte urbano ha de permanecer, en la medida que sea valorado socialmente, como creación potencialmente conservable y restaurable. Aunque todavía es pronto para hablar de la musealización de nuestros murales, ya estamos ante una dialéctica de protección de la estructura material, la conceptual y la legal. La conservación de esas grandes pantallas artísticas no pasa sólo por la preservación de la imagen gráfica, sino también por la conservación de toda una serie de factores ambientales y de contexto que la condicionan para pervivir en el ambiente urbano. Una riqueza cultural de este calibre plantea una metodología de estudio para la custodia basada en una perspectiva ética.

La seducción convierte al arte mural en un medio de comunicación. Vivimos en la sociedad de la información y del conocimiento en que la comunicación a través del arte urbano también definirá la ciudad futura. Vigo necesita nuevas ordenanzas que regulen, definan e impulsen los cánones estéticos urbanos acordes con la nueva metrópoli; cada vez más acogedora, más atractiva y más limpia, pero que necesariamente tiene que ser cada día más excelente. Aunque todavía echemos de menos el gran símbolo gráfico del potencial futuro vigués, este nuevo aporte muralista representará un simbolismo artístico como proyección de valores de su valioso aporte identitario. La influencia de la estética urbana influye en la singularidad y el atractivo de la ciudad. Afortunadamente Vigo es una ciudad con más de cinco mil años de vida, en cuyas piedras quedaron grabados los primeros rasgos identitarios que definen su cultura.

Mis felicitaciones al Concello de Vigo y a todos los artistas participantes, por saber escuchar la música de los colores del viento, del mar y de las muchas cuerdas del alma viguesa, para mezclarlos sobre la piel urbana, creando matices de gran carácter.

*Miembro del Instituto de Estudios Vigueses

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