Opinión | Crónica Política
El indicio
A la vista de lo que está ocurriendo durante todos estos meses y los augurios que en general expone la mayoría del abigarrado mundo de los expertos, cualquier indicio de que algo puede mejorar sería de por sí un alivio notable. Y, al menos desde la opinión personal, ahora exista uno: la posibilidad de que, por fin, este país se dote de la unanimidad y los argumentos necesarios para sacar adelante una de sus reivindicaciones; quizá no la más añeja, pero desde luego sí tendría un país detrás: la reclamación, o exigencia, sobre la Autopista del Atlántico.
Es probable que los teóricos de la movilización social no vean en el asunto la dimensión necesaria, y menos en tiempos como éstos, para calificarla como “de Estado” –aunque se refiera a parte de él– pero aún aceptando la objeción, cabría endosarle el tan gallego acompañamiento del “depende”. Porque efectivamente es así: que para lograr un objetivo importante lleguen a movilizarse en la misma dirección las opiniones políticas, públicas y publicadas, algo por cierto muy raro en Galicia, que proporciona aquel carácter a esa causa. La circunstancia se da con la AP-9.
Basta una mirada al panorama. En el terreno de la política, el Parlamento autonómico ha reivindicado por unanimidad la competencia, como paso previo a la cuestión del peaje. Y en lo que respecta a las opiniones, la pública, si no expresada de forma multitudinaria, sí que lo ha hecho a través de entidades ciudadanas y profesionales. Y en cuanto a la publicada, es raro que alguien esté formalmente en contra, si bien no quepa hablar de entusiasmo general. Pero de vez en cuando incluso las objeciones, argumentadas, pueden y deben tenerse por positivas.
Por eso ahora mismo es posible afirmar que prácticamente nadie aquí está en contra de lo que podría gritarse, imitando a otros, “a autopista é nosa, e non de Audasa”, aunque no rime del todo y la empresa sólo la gestione. E incluso unos cuantos eruditos echarían mano de lo que Ortega y Gasset dijo sobre lo imprescindible que resulta un proyecto común para construir un colectivo coherente y fuerte: la Autopista del Atlántico, demostrando ya que no era una “navallada” ni una aventura ruinosa, puede ser ese proyecto. A falta de otros, es a día de hoy el común, y lo corrobora hasta la dirección del PSdeG, defensora a ultranza del Gobierno central pide, aparte de paciencia, celeridad en su gestión.
Es probable que no estorbe la observación de que cuanto queda dicho, que es un punto de vista particular y por lo tanto opinable, no responde a entusiasmos “patrióticos” ni a intención abstracta. Quizá entre los motivos más acertados de la reivindicación es el de que los empresarios explicaban en este periódico al decir que la carestía de la AP/9 hace perder competitividad a Galicia, dato que trabajadores del transporte ratificaban gráficamente: casi 50 euros tienen que pagar entre Vigo y A Coruña para circular por la autopista frente a la gratuidad del trayecto por el litoral mediterráneo desde Murcia a la frontera francesa. Justifica todo ello la urgencia de reclamar lo que en definitiva es una garantía de la igualdad a que obliga la Constitución vigente.
¿O no?
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