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El bocadillo de Iceta

El chaval pasaba en Londres unas semanas de verano en los primeros 70. En España, la dictadura se consumía pero daba dentelladas de muerte. Londres, como París, Roma o la Lisboa de los soldados con claveles, era un aparador de libertad fascinante, envidiable.

Al adolescente, un niño todavía, lo había enviado su familia a Londres para que aprendiera inglés. El verano discurría perezoso, con la mullida indolencia estival de entonces.

Un domingo, cogió un bus en el distrito periférico de Chingford, donde se alojaba, y luego el metro hasta el centro de la ciudad. Callejeó un rato y se adentró en Hyde Park. En el Speaker’s Corner –la “pequeña maravilla del mundo” de Orwell–, se detuvo a escuchar a un tipo que hablaba a la gente subido en lo alto de un cajón de madera.

Aquel rincón del parque consagrado a la libertad de expresión era entonces una atracción insoslayable para los españoles de paso en Londres. En Barcelona, la libertad de expresión se reducía a las discusiones futbolísticas en Canaletes.

El orador del Speaker’s Corner había desplegado un cartel con un mapamundi y una leyenda: For a world federal government. El muchacho conocía el significado de todas las palabras, menos una: federal. Consultó su diccionario de bolsillo inglés-español. “federal: (ADJ.) federal”. Vaya.

De regreso en Barcelona, recurrió a un diccionario enciclopédico que había en casa de sus abuelos. En aquellas páginas (internet no existía entonces, excepto para un restringido equipo del Departamento de Defensa de EE UU), descubrió el concepto de federalismo.

Medio siglo después, el adulto que había dentro de aquel adolescente acaba de estrenarse como ministro de Política Territorial. Miquel Iceta, federalista convencido, enfrenta dos desafíos espinosos. Dos operaciones de riesgo con grandes posibilidades de acabar magullado. Iceta dentro de un bocadillo.

La primera misión es reabrir la mesa de diálogo sobre el conflicto catalán. Ningún plan anterior al 14-F es válido. La correlación de las fuerzas independentistas que salga de las urnas no solo decidirá el signo del nuevo Govern, también resolverá sobre la estabilidad del Ejecutivo de Pedro Sánchez. Una ERC con ventaja clara sobre JxCat será más proclive a profundizar en el giro hacia la real-politik. A la inversa, Esquerra puede volverse más inestable que nunca y complicarle mucho la vida a Sánchez por más que este cuente con el salvavidas de los Presupuestos.

El segundo desafío de Iceta se halla dentro de la casa socialista. El PSOE tiene una relación enfermiza con el federalismo. Hoy me entusiasma, mañana lo detesto. Hoy recito el España-es-una-nación-de-naciones del socialista castellano Anselmo Carretero (1908-2002), mañana quito el federalismo del programa electoral (29 de octubre de 2019), pasado mañana lo vuelvo a meter después de que el PSC ponga el grito en el cielo. A Iceta se le presenta un lance muy complicado con el alma más nacionalista del PSOE y, sobre todo, con las tensiones electorales del partido en la España interior. Tiene una baza, eso sí: hay por delante tres años sin elecciones.

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