Pues la verdad es que, sin la menor intención de interpretar al señor presidente Feijóo, y mucho menos de corregir su discurso, quizá proceda una reflexión. Porque lo que dijo hace apenas unas horas sobre un plan para mejorar la eficacia y la eficiencia de la Administración no constituye una novedad, pero aplicarlo supondría casi una “revolución”, aunque sea entre comillas para distinguirla del otro sentido.Y es que para lograr la Dixitalización/30, que da nombre al proyecto, su señoría habrá de hacer bastante más que modernizar una estructura.

El señor Feijóo, que es funcionario –y por tanto, fue cocinero antes que fraile–, necesitará cambiar usos, costumbres y hasta tradiciones allí donde gustan poco las sorpresas, y menos todavía cuando el intento no sale del seno profesional, sino del político, por más que las urnas le hayan otorgado legitimidad suficiente. En todo caso, ha habido ya reacciones en contrario: la CSIF, sindicato independiente, ha criticado con mucha dureza las intenciones de la Xunta –o una especie de preaviso– en el sentido de hacer obligatoria la movilidad de los trabajadores públicos.

Pero habrá más tormenta. Esa central, de paso, denunció que lo que el Gobierno gallego califica de “mejorar la gestión” significa “en realidad la externalización de servicios hacia empresas privadas desde criterios de clientelismo”. Además de un “abierto desprecio hacia la profesionalidad” del colectivo, en lo que puede ser un introito de opiniones adversas de los demás sindicatos; ya se sabe que algunos , en según qué cosas y a quién hayan de reclamarse, guardan silencio o se movilizan a las primeras de cambio, y nunca mejor dicho.

Conste que, en principio, nadie con dos dedos de frente duda de la necesidad de mejorar la “eficacia y la eficiencia” de cuanto se relacione con el funcionamiento del país en general. Ocurre que la tarea, en lo que respecta a la Administración Pública, no consiste sólo en adaptarla y proporcionar tecnología de última generación, algo que sabe la Xunta en pleno, como también que será complicado alvanzar los objetivos no ya sin negociar con sus empleados, sino también con las demás fuerzas políticas. Porque con el horizonte en 2030, a saber quién gobernará para entonces.

En esta cuestión, al menos desde un punto de vista personal, está una de las claves del éxito –deseable en todo caso– del proyecto. Porque si bien es cierto que el término “diálogo” está ya desvalorizado por un mal uso continuado y falaz –incluso desde la gobernanza, como se dice ahora–, no lo es menos que será indispensable si lo que se pretende es abordar algo tan ambicioso como la “revolución” que pretende la Xunta actual. Que, y conviene repetirlo, podría no ser la misma, políticamente hablando, dentro de cuatro u ocho años, y eso hace obligatorio el uso correcto de aquel método para entenderse. Y no basta con que se ofrezca: es preciso que se practique en serio y se acabe de una vez el jueguecito del “yo ofrezco y no me aceptan” que unos y otros prodigan.

¿Verdad?