La congresista Marjorie Taylor Greene, acusada de difundir teorías conspirativas relacionadas con el movimiento QAnon, reivindicó el otro día su derecho a estar desinformada. Las publicaciones de las que Greene se hacía eco en las redes sociales (aprobándolas o promoviéndolas) eran de diversa índole, desde negar los tiroteos en la escuelas o cuestionar la versión oficial de los atentados contra las Torres Gemelas, hasta comentarios antisemitas o textos en los que se incitaba a la violencia contra políticos demócratas. La legisladora dice ahora que se arrepiente de ello y asegura que no ha vuelto a mencionar esos bulos y proclamas xenófobas desde que fue elegida para representar a los ciudadanos de su distrito de Georgia en la Casa de los Representantes.

Greene, en una reunión que tuvo lugar la pasada semana a puerta cerrada, recibió una gran ovación por parte de algunos republicanos, pues, al parecer, estos creen que con esa confesión ya se puede dar por zanjado el asunto, al entender que su confundida compañera se integra por fin en la realidad tras una peligrosa travesía por el mundo de los hechos alternativos. Para entender el comportamiento de la legisladora solo podemos recurrir a dos opciones y ambas son peligrosas. O bien se creía de buena fe los disparates promulgados por QAnon (quienes aseguran que una secta de satánicos pedófilos se ha infiltrado en el gobierno) o bien no se los creía pero se sirvió de ellos para labrarse una carrera. La primera está relacionada con el sentido común y la formación intelectual de una persona que representa a una de las tres ramas del gobierno y la segunda a una cínica e irresponsable estrategia electoral. Pero lo grave es que en ambos casos, ignorancia u oportunismo, la congresista ha sido recompensada por el pueblo. No importa el arrepentimiento que Greene muestre sobre sus flirteos con las conspiraciones y sus comentarios racistas mientras no se entienda que, quizás, fueron las conspiraciones y los comentarios racistas lo que hizo que Green consiguiera su escaño en el Congreso.

Como sucede con el asalto al Capitolio y otros acontecimientos que se vieron afectados por las noticias falsas, antes de personalizar el problema, convendría que nos fijáramos en el origen de este. Las conexiones de la congresista con QAnon contribuyeron, en buena medida, a que esta ampliara exponencialmente su audiencia en las redes sociales, lo cual hizo, además, que también adquiriera una notoriedad que hasta entonces no poseía. Aunque luego se distanciara del movimiento y, como ella misma dijo, no volviera a citar el nombre de QAnon en ningún momento de la campaña, su presencia en el debate político (y su posterior candidatura) surgió como consecuencia del apoyo de unos seguidores que consumían esa ingente cantidad de desinformación. Lo relevante no es que un grupo de energúmenos cometiera actos vandálicos en el Capitolio, sino que, según los resultados de una encuesta, a un 45% de los republicanos les pareciera bien. Del mismo modo que no importa demasiado lo que piense o diga Greene ahora sobre los satánicos pedófilos si precisamente gracias en parte a esas fantasías logró estar donde está, recibiendo unos ridículos y aterradores aplausos a puerta cerrada.