Tengo un amigo, abonado del Celta desde los tiempos de Pavic, que pasó semanas en medio de un conflicto personal sobre la renovación o no de su butaca en Balaídos. Durante más de un mes, cada vez que salía el tema, guardaba silencio un rato y de repente empezaba a mover la cabeza como los perritos que se colocaban en la bandeja de los maleteros. “Este año no, este año no” sentenciaba siempre en voz baja, como si temiese que alguien estuviese grabando su confesión. El convencimiento le duraba exactamente cinco minutos. Al cabo de ese tiempo la duda volvía a comerle las entrañas y el proceso se iniciaba de nuevo. Me recordaba a Butch, el boxeador que interpreta Bruce Willis en “Pulp Fiction”. Cuando Marcellus Wallace se reúne con él para amañar el combate le hace una seria advertencia: “La noche de la pelea es posible que sientas una ligera punzada, será el orgullo que intenta joderte”. Esa punzada para mi amigo, que tal vez se llame Carlos, hizo que el último día del plazo dado por el club, quince minutos antes de las doce de la noche que marcaban el punto de no retorno, se sentase delante del ordenador. La decisión que parecía firme ya no lo era tanto. Y allí, mientras los niños dormían y su mujer le decía con la mirada que no tenía remedio, sintió la punzada más intensa que nunca. Pesaban demasiado las décadas de militancia, las amistades construidas en Marcador, los recuerdos de los goles gritados, de las tristezas compartidas y de los sueños incumplidos. Entonces se decidió. Entró en internet y comprobó en primera persona que la última prueba de ciega adhesión que el Celta ha puesto a los suyos es pelear de vez en cuando con su página web. Un error, dos errores, tres…el tiempo se consumía demasiado rápido, como en los descuentos de los partidos que vas perdiendo. Sonaron las doce campanadas y allí se quedó, viendo una pantalla que le lanzaba una disculpa junto al mensaje de que el tiempo para hacer aquella gestión se había terminado. Esa noche, por primera vez en mucho tiempo, se fue a la cama sin ser abonado del Celta.

He recordado el caso de mi amigo ahora que el club, ansioso por encontrar respuestas, ha lanzado una encuesta a sus socios –cuyo número definitivo se desconoce a la espera de que acabe el cocinado al estilo CIS de Tezanos– planteándoles diferentes cuestiones. En una de ellas, la más inquietante, les pregunta qué hacer con aquellos que no han renovado su abono. Plantean tres posibles soluciones: tratar de recuperarles para la causa de la forma que sea; intentar rescatarles aunque ofreciéndoles siempre menos ventajas que a quienes cumplieron en hora; o abandonarlos definitivamente “porque no merecen más atención”. Leyendo el tono de la última alternativa sorprende que no sumasen una que incluyese alguna clase de amenaza, castigo físico, destierro o someterlos por Príncipe al Camino de la Vergüenza que sufrió Cersei Lannister en “Juego de Tronos”.

Un club de fútbol nunca puede abandonar a uno de los suyos y mucho menos debe plantear ciertas cuestiones como si fuese la página web donde compro las zapatillas para correr y se pregunta si les he puesto los cuernos con Amazon o tengo una fascitis plantar. No nos cansaremos de repetir que la materia prima de la que vive un club es el sentimiento, muchas veces irracional, y eso cambia por completo las reglas de juego. Es ahí, en esos pequeños detalles que no se explican en los cursos de márketing, donde se produce muchas veces la desconexión entre el Celta y su gente, donde nace esa percepción que lleva a una parte de los aficionados a no valorar muchas de las cosas buenas que está viviendo el club y a magnificar, sin embargo, sus aspectos negativos. En esa pregunta inocente a ojos de quien no pisó un campo de fútbol en su vida se esconde una forma de ofensa, un agravio innecesario. Es celtista el que renovó, pero también el que no lo hizo, el que no pudo o el que se olvidó. Pero en la encuesta le estás preguntando a un padre qué hacer con su hijo que se empeñó en no renovar; a un hijo qué hacer con su padre que renunció a la antigüedad porque, en su derecho, consideraba un error pagar por algo que no iba a disfrutar; a la pandilla de mi amigo Carlos si conviene olvidarse de él porque no sintió aquella punzada un rato antes…Quiero creer que el Celta sabe de sobre la respuesta a la pregunta. Por eso no entiendo que la haga. Es como en las relaciones de pareja, esos días pesados en los que sabes que algo, un comentario, un gesto, un olvido, no ha sentado bien y en vez de dejar pasar el tiempo, de esperar a que el ambiente se descargue de tensión, por un instinto suicida que nadie acierta a entender, cometes el gran error y preguntas: “¿Te pasa algo?”