Si la razón está en el diálogo, como decía Habermas, habría que preguntarse cómo se puede dialogar con quien no sabe razonar y pide lo imposible. El diálogo mal utilizado por quienes se escudan en las razones de la conveniencia política partidista acabará desposeído de cualquier significado razonable. ERC, con las elecciones catalanas a la vuelta de la esquina, vuelve a invocarlo para exigir al Gobierno, en vez del indulto que incluye asumir la culpabilidad, la amnistía para los presos catalanes separatistas del procés, condenados por sedición y malversación de fondos públicos.

Y no es lo peor; el Gobierno parece decidido a volver a sentarse para dialogar sobre ello y la exigencia del derecho de autodeterminación con quienes no solo no se arrepienten de haber dado un golpe de mano en Cataluña contra el Estado, sino que están dispuestos a repetirlo y a actuar de nuevo unilateralmente si no se les concede lo que piden a través de una “bilateralidad” impuesta. Esta versión exclusiva del diálogo por parte de los independentistas es un monólogo encubierto por las urgencias de un Ejecutivo nacional que, según parece cada vez más, no tiene inconveniente en apoyar un cambio de régimen con la condición de que no se note, en el caso del PSOE.

La estratagema de ERC consiste, coincidiendo con la apertura del nuevo periodo de sesiones del Congreso, en plantear una moción con unas exigencias que de ser aceptadas le ayudarán en la pugna interna entre los separatistas. Si, por contra, es rechazada servirá de reclamo del voto en las urnas. Esta peste electoral tacticista se dirime en medio de una terrible pandemia que está destruyendo moral y vidas, lo cual la convierte en un hecho aún más indecoroso. Illa ha repetido en la campaña que en su Gobierno no habrá ningún independentista, lo que no descarta que él pueda sentarse en uno presidido por nacionalistas en el caso de que tampoco exista una mayoría clara. Un nuevo Pacto del Tinell.