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La razón que lleva a ser negacionista en el caso de la COVID-19, es decir, a sostener que el coronavirus no existe y las medidas de prevención –mascarillas, aislamiento– son por tanto inútiles no puede explicarse en términos de sentido común. Haría falta estudios científicos muy serios para averiguar por qué los humanos, tenidos por racionales, somos en realidad tan estúpidos. Pero el verdadero problema es de las consecuencias de semejante actitud. Afectan a la salud pública. La tercera ola de contagios viene a ser el resultado de una especie de negacionismo pasivo: nos tomamos a broma –las autoridades, las primeras– lo que podía suceder al relajar las prevenciones poniendo la celebración de las navidades por encima de la salud pública y así nos va.

Pero lo que resulta ya el colmo es un negacionismo activo, militante, como el de la manifestación de Madrid del sábado pasado. Mil trescientas personas sin mascarilla y apiñadas gritando no tanto contra el ministro de Sanidad como contra los epidemiólogos, virólogos y expertos de cualquier pelaje que llevan un año diciéndonos lo que puede pasarnos y, al final, nos pasa. Porque asuntos así no son cuestión de derechos ciudadanos ni de libertad ideológica alguna. Una pregunta basta para desmontar semejantes argumentos: ¿quién va a atender a los manifestantes que se contagien? ¿Se negarán también a ser tratados en los hospitales o agravarán una situación ya de por sí difícil de abordar?

Lo peor aparece cuando se introduce la clave política en la ecuación. Según ha publicado un diario de la capital, la Comunidad de Madrid solicitó el martes de la semana pasada a la delegación de Gobierno que no autorizase la manifestación ante el riesgo obvio de que sucediese lo que sucedió. Pero ¡ay!, resulta que los gobiernos de Madrid y de la nación están, como se sabe, en las manos respectivas del Partido Popular y del PSOE, aunque sea en forma de coalición en ambos casos. Así que José Manuel Franco, que es como se llama el delegado puesto por la Moncloa en la capital de España, dio el visto bueno a que los negacionistas se manifestasen ¡poniéndoles como condición que llevaran mascarillas y respetasen tanto la cifra de 500 manifestantes como la distancia de seguridad entre ellos!

Cabe concederle al delegado del Gobierno el beneficio de la duda no dando por supuesto que es imbécil, así que la única explicación que queda disponible es la del enfrentamiento político que, una vez más, pone los intereses partidistas sobre los del conjunto de los ciudadanos. Con la sospecha de que si los papeles se hubiesen cambiado, con el PP en la Moncloa y el PSOE en la Puerta del Sol, habría pasado lo mismo. De lo que se deduce que el negacionismo peor de todos es el de las obligaciones de la administración que la clase política actual nos impone.

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