Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joaquín Rábago.

Sospecha generalizada

Se ha dicho más de una vez que España es cainita, con las dos mitades del país eternamente enfrentadas, y yo añadiría que es además un país de la sospecha generalizada.

Empezando por los políticos: lo vemos día tras día en el Gobierno que encabeza Pedro Sánchez y en el que la minoría de Unidas/Podemos no sólo desconfía de los socialistas sino que nos lo hace además saber continuamente en los medios por si algunos aún no nos hubiéramos enterado.

Como desconfían, a su vez, los de Sánchez de sus compañeros de coalición, a quienes, sin embargo, el socialista necesita para continuar en el poder, un poder que la derecha se empeña, por otro lado, en discutirle.

Una derecha, la de Casado y Díaz Ayuso, de inspiración cada vez más trumpiana, por no remontarnos más en el tiempo y calificarla directamente de schmittiana (de Carl Schmitt): ¡al “enemigo”, ni agua!

Desconfían también los populares de las intenciones del líder socialista con respecto al independentismo catalán, del que aquél de momento depende para seguir gobernando.

Recela, a su vez, el PP de su hijo pródigo, hoy situado en la extrema derecha, y del que unas veces trata de distanciarse y al que, otras, intenta emular en sus descabellados ataques al Gobierno.

Ni acaba de fiarse tampoco el actual líder socialista de muchos de sus mayores, de igual modo que éstos desconfían del coqueteo de Sánchez con los independentistas catalanes.

Desconfían también entre sí los independentistas –los del huido de la justicia Carles Puigdemont de los del encarcelado Oriol Junqueras, y viceversa–. Como no se fía la mitad de los catalanes de la otra mitad. Ni el resto de España, de los catalanes.

Desconfían también los ciudadanos de los políticos –¡y no es que no haya a veces motivos para ello!–, como tampoco acaban de fiarse los políticos de los ciudadanos.

Y así seguimos día a día en el país que llamamos España, instalados en una sospecha generalizada que impide funcionar como debería la democracia.

Algo, hay que reconocerlo, siempre difícil, pero que ante todo exige confianza en el otro, fidelidad a la palabra dada y capacidad de compromiso, todo lo que tantas veces se echa aquí en falta.

Compartir el artículo

stats