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Juan Carlos Laviana.

Lo de Madrid

Lo de Madrid no tiene nombre. No lo tiene porque es muy difícil de explicar. Así que se ha dado en llamar “lo de Madrid” y todo el mundo lo entiende a su conveniencia. Para bien o para mal. Sea por fas o por nefas, la capital siempre está en el ojo del huracán. El origen de esta expresión viene al pelo del asunto. En Roma se dividían los días entre fastos y nefastos. Es decir, aquellos propicios para grandes actos públicos y festividades de todo tipo. Y aquellos en los que mejor no levantarse de la cama. Últimamente, en Madrid, todos los días son nefastos.

Lo de Madrid, para muchos, es culpa de los madrileños. Quejicas, flojos, egocéntricos, prepotentes son los epítetos más suaves que hemos recibido. Digo hemos no porque haya apostatado de Galicia, sino porque todos los que vivimos aquí somos madrileños, incluso los gallegos. Sé que damos mucho la lata, y que todo lo que ocurre en esta ciudad atruena hasta taladrar tímpanos desde el Ampurdán hasta Ayamonte. Esto es muy grande. Somos casi siete millones de almas de su padre y de su madre, que casi no cabemos, que nos vamos tropezando unos con otros. Y, además, tenemos que soportar la pesada carga de servir de aposento a las instituciones del Estado. Alguna compensación teníamos que tener.

Lo de Madrid con la nevada ha sido un desastre. Sin duda, la gestión ha sido más catastrófica que la propia nevada. Diez días después del primer copo, la basura sigue sin recoger, las calles están anegadas de nieve y los colegios cerrados. Todo el crédito ganado con la pandemia lo han perdido las autoridades locales con una inclemencia climatológica previsible. En compensación, nunca he visto una actividad civil tan esperanzadora como la que se ha producido estos días: las calles están tomadas por vecinos que limpian las aceras, voluntarios despejan los accesos a hospitales y colegios y muchos usuarios de coches cuatro por cuatro han trasladado enfermos y personal sanitario. Madrid, la gran urbe insolidaria, donde nadie conoce al vecino de al lado, ha sacado de no se sabe dónde palas y picos para desatascar su ciudad.

Lo de Madrid con la pandemia no ha sido un desastre, como se ha hecho creer. O, por lo menos, no ha sido un desastre mayor que el de Cataluña o País Vasco, es decir, la propia España. Los datos de contagiados viajan en una noria. Un territorio es hoy el más castigado y mañana pasa a ser el epicentro de la peste. Nadie lo está haciendo bien. Ni siquiera la Merkel. Pero con Madrid se han ensañado. Resulta inaudito que la inauguración de un hospital público sea una mala noticia. Por mucho que se haya utilizado como acto de propaganda, ¿Pero no envidiamos las siete camas de Alemania por mil habitantes? Algo habremos mejorado el ratio con hospital nuevo ¿no? Lo dejo dicho, a mí que me lleven al Zendal.

Lo de Madrid y la política ha provocado que nos convirtamos en el rompeolas de todas las disputas. ¿Qué culpa tienen los madrileños de que la lucha gobierno/oposición se libre sobre sus espaldas? En toda España –no solo en Madrid– se critica con fiereza a Ayuso y Almeida. Se han convertido, para bien o para mal, en la verdadera oposición al Gobierno. Lo cual dice poco del PP. Y dice mucho menos del resto de partidos que son incapaces de hacerles oposición en su territorio. Pregunte quién es la alternativa de Almeida en el Ayuntamiento o la alternativa a Ayuso en la Comunidad. Nadie conoce a la oposición y lo más que le nombran es a un tal Gabilondo, hermano de un famoso periodista.

Lo de Madrid viene a demostrar la nula coordinación entre administraciones. Los conductores atrapados en la M-40 o M-30 con la nieve eran cosa de Moncloa. Los atrapados en La Castellana o en la Gran Vía, del Ayuntamiento. Y los atrapados en la M-505 de la Comunidad. Así, no hay quién se aclare. No me extraña que, cuando en la Transición se repartieron los territorios por autonomías, nadie quisiera quedarse con el marrón de Madrid. Cada vez se echa más de menos aquella idea de convertir la ciudad en un Distrito Federal. Como Washington, un sitio adonde ir a protestar. Hasta suena cinematográfico: Madrid D.F.

Lo de Madrid y la economía sí que escandaliza. Hay quien dice que vivimos en un paraíso fiscal. Por más que miro por la ventana, no veo un paisaje tipo Barbados, Islas Vírgenes o Caimán. Si acaso, Madrid es un paraíso económico, comparado con el resto de España. Guste o no, es la locomotora que tira del país, con una tasa de paro muy por debajo de la media, y no en vano la mayoría de los inmigrantes prefieren instalarse aquí.

Lo de Madrid no es ni tan malo ni tan bueno. Eso sí, curioso es una barbaridad. Tanto, que es para donarlo a la ciencia y que lo estudie. Por más que nos denostan, yo, de momento, me quedo aquí, en este infierno.

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