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Daniel Capó FdV

Las cuentas de la vida

Daniel Capó

Un nuevo mundo

¿Nos gusta el mundo que llega? No, en absoluto, pero parece imparable

Los hoteleros asumen que la temporada empezará en junio. Un verano corto que acentuará aún más la crisis de la economía y pondrá a prueba la paz social. Se reclaman más ayudas económicas para los negocios afectados y acelerar la vacunación masiva de la población a fin de conseguir la prometida inmunidad de grupo antes del verano. Esta tarea se antoja difícil en las actuales circunstancias, aunque seguramente la próxima aprobación de la vacuna de Oxford –menos eficaz, recordémoslo, pero más económica y con menores dificultades logísticas– permitirá incrementar de forma notable la inmunidad global. Veremos, porque nos enfrentamos a una carrera contrarreloj, con los hospitales cerca ya de los niveles máximos de saturación y con una variante del coronavirus –la británica– cuya capacidad de contagio amenaza con multiplicar la letalidad de la pandemia. Las sombras en el horizonte se acumulan, mientras asistimos a una crisis económica y política de las más extrañas que jamás se hayan vivido: triunfan las tecnocracias autoritarias –el caso de China–, mientras las democracias occidentales van a la deriva. Del mismo modo, unos pocos sectores –muy ligados a la disrupción tecnológica– capitalizan la recuperación, a la inversa de los sectores ligados a la economía tradicional: los gigantes del comercio electrónico, por ejemplo, van al alza; al revés de la banca o la venta de automóviles.

Descartadas la L, la U y la V, los expertos de la Academia han empezado a hablar de la K como metáfora del momento que vivimos y que viviremos en los próximos años. En realidad, lo que nos indica la K es que con la pandemia se desnudan en toda su crudeza múltiples crisis anteriores: la obsolescencia del siglo XX, la llegada de la disrupción tecnológica, el impacto demográfico, el hiperendeudamiento que nos atenaza, los flujos migratorios y la aparición de China como potencia global de primer orden. Nada de ello tiene vuelta atrás y, como mucho, podemos aspirar a modelar esta revolución en marcha. El Estado del bienestar, por ejemplo, se tendrá que reinventar a medida que constatemos la inutilidad de las fórmulas tradicionales. Y esa reinvención sin duda exigirá más dinero, porque la magnitud de la fractura social que estamos sufriendo –y que vamos a sufrir– será mucho mayor de lo que ahora mismo creemos. Además, adaptarse a la nueva economía supondrá establecer un ecosistema que favorezca la creación de startups, el impulso del I+D y el traslado de esa investigación a la empresa.

En teoría, el dinero europeo debería apoyar esta transición si no lo capturan las multinacionales de siempre. Veremos lo que sucede, porque se trata de un temor más que fundado. Hay que reforzar la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora y de los parados, al tiempo que se facilita un nuevo marco competitivo que permita la llegada de nuevos actores a la economía. Más educación y no menos, más datos y menos ideología. ¿Nos gusta este mundo? No, en absoluto, pero es imparable. Cabe pensar que, en los próximos veinte años, tendrá lugar un enorme salto competitivo y nuestro futuro dependerá de si somos capaces de sumarnos a la nueva revolución industrial o de si, por el contrario, permanecemos anclados en el inmovilismo. Esta es otra consecuencia, me temo, de la temible letra K.

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