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Enrique López Veiga

Por qué quiero que vuelva D. Juan Carlos I

Los gallegos tenemos un dicho muy expresivo que dice “¡Perdónoche o mal que me fas, polo ben que me sabes!” y de alguna manera es lo que procede aplicar en este caso. Pero antes de nada me voy a presentar: no soy un antifranquista sobrevenido, como los que titulaba el Sr. Leguina en un soberbio artículo, sino que lo fui de manera explícita en mi juventud cuando Franco estaba vivo. Fui subdelegado de Facultad en el Santiago de 1968, pasé reiteradas veces por los calabozos de la Policía de la época, fui apaleado, se me retiró la prórroga de Estudios y se me prohibió ingresar en las milicias universitarias, ser voluntario en el ejército y hasta 1974, la policía venía a mi casa para hacer un informe de mis actividades. Hice campaña en las primeras elecciones por el Partido Popular Galego (el de la Democracia Cristiana de Xaime Isla y otros), luego milité en el Partido Galeguista y confieso que en 1982 voté al PSOE porque entendía que España necesitaba un cambio. No lo digo por nada, sino para explicar que, por estos orígenes, siempre fui más bien republicano. No tuve al principio mucha fe en la Transición ni me fiaba de D. Juan Carlos I, pero me alegré muchísimo al comprobar que me había equivocado y voté con entusiasmo la Constitución. En aquel momento decidí tomar una excedencia temporal de mi republicanismo para confiar en el Rey de España y en el cambio que indudablemente había propiciado con notable prudencia e inteligencia. D. Juan Carlos había hecho posible el sueño de muchos de los de mi generación: que España fuera una democracia con plenas libertades cívicas. Recuerdo muy bien el 23-F; esa tarde llegué a mi casa y según me dijo mi mujer, muy pálido, y le dije que si el golpe triunfaba nos iríamos a Holanda porque yo no estaba dispuesto a aguantar otra nueva dictadura. Recuerdo el inmenso alivio que me produjo ver a D. Juan Carlos en la televisión en una intervención que abortó el golpe. Recuerdo su discurso a los líderes de los partidos políticos tras dominar el golpe. Recuerdo todo ello con inmensa gratitud y quiero ahora volverlo a recordar de nuevo. En aquel momento decidí que mi excedencia como republicano iba a ser “sine die”. Creo sinceramente que los españoles no podemos olvidar todo esto y, sin discutir que puedan haberse cometido errores, no es digno que nuestro Rey emérito se vea impelido a vivir fuera de España. Volviendo al refrán gallego, a mí D. Juan Carlos no solo no me hizo nada malo sino mucho bien y me creo en el deber de recordar que le debo, entre otras muchas cosas, no haber emigrado hacia un exilio y disfrutar de un país democrático. Le agradezco haber defendido la democracia y haber sido siempre un excelente embajador de nuestro país. Los aspectos de su vida privada no son de mi incumbencia, pero que yo sepa, de momento no es culpable de nada porque si en una democracia no se respeta la presunción de inocencia muy mal andamos. Creo que hay que apelar a que se resuelvan los posibles dosieres abiertos como corresponda en justicia, pero por favor que no se dilate en el tiempo porque eso no conviene a España. Tengo que añadir, que dudo mucho que en otros países europeos se trate a la familia real como la tratamos en España y al príncipe Bernardo de los Países Bajos me refiero, ¡por ejemplo! No hagamos buena la frase de Fernández Coronel: “Esta es Castilla, que face a los omes e los gasta”. Creo que D. Juan Carlos debe de regresar a España, que regularice lo que haga falta y que se resuelvan los contenciosos que pueda tener si es que los tiene. Yo por mi parte me hago monárquico a partir de hoy. Porque me da la gana.

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