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Ceferino de Blas.

Antecedente de crónica social

El cronista que tenga que describir la espantosa situación que hemos vivido en el pasado año y continúa en el presente, ahora con mayor virulencia, debería apelar a otra situación semejante en la historia. Las comparaciones permiten evaluar mejor los sucesos, al poder ponderarlos.

Hubo múltiples pestes en Vigo, llegadas en barcos, y por eso se instaló el lazareto de San Simón, en la primera mitad del siglo XIX, donde los infestados hacían la cuarentena. Otras surgidas aquí, como la de 1914, que expandió el tifus, y se llevó por delante a muchos vigueses, a causa del agua en mal estado de la traída. La más conocida que padecimos, de dimensión mundial, aunque se llamó gripe española, fue la de 1918 que en el entorno vigués se cobró quinientas vidas. Y la ciudad tenía 45.000 habitantes.

Los periódicos informaron sobre ella con prodigalidad, pero no tuvo una crónica significada, porque la ciudad no tenía cronista. El primero que fue designado para el cargo, Nicolás Taboada Fernández, había muerto en 1899. Y el segundo, Avelino Rodríguez Elías, aún no había sido nombrado, por lo que para analizar la situación del pasado año habrá que crear una crónica sin referente.

Podría abarcar múltiples aspectos, pero por la necesaria economía de espacio se circunscribe a tres protagonismos: los médicos y el personal sanitario, la gente y las residencias de mayores.

Otros colectivos profesionales merecerían un relato, pero los médicos y el personal sanitario han sido el ejemplo de comportamiento que ha superado a todos. Se enfrentaron a una situación dantesca con penurias y carencias técnicas y una entrega en la que no se apreciaron las excepciones de los que no se implicaron, y que a costa de someterse al riesgo, cumplieron su cometido y hoy son admirados por toda la sociedad.

La gente de pueblos y ciudades, sin distinción de edades y sexos, fue dentro de lo que cabe responsable y asumió una experiencia tremenda y desconocida, con las particularidades lamentables de los que se saltaron a la torera todas las recomendaciones e infestaron a los demás. Incluso se generalizó la salida a los balcones a aplaudir a las 8 de la tarde como si fuese una obligación con los sectores esenciales –aunque no se sabe si se aplaudían a sí mismos para animarse–, a médicos, fuerzas del orden, cajeros de los supermercados o camioneros que llenaban los comercios.

Lo terrible –tétrico es el calificativo– se produjo en las residencias donde murió mucha gente, y todos conocemos a alguien más o menos próximo, familiar, amigo o conocido que dejaron de estar con nosotros, a veces muy solos, a causa de la pandemia. La gran enseñanza debe ser que las residencias de mayores acometan un vuelco de muchos grados para adaptarse.

Aunque atravesemos un momento crucial de la tercera ola, e incluso se comenta que puede llegar una cuarta, a la que se suma la transmisión de las cepas británica, brasileña y sudafricana, vencido el año de 2020, es el momento de reflexionar y hacer balance.

En un año terrible, y terrorífico para las residencias, los resultados no son para dar saltos, pero en términos generales la mayoría de la gente ha respondido. El uso de la mascarilla se ha generalizado, se cumplen los horarios y se mantienen las distancias recomendadas. En el momento de prever el futuro hay que apelar a la esperanza, tras la llegada de las vacunas: la esperanza de que todo sea mejor, que se evitarán los errores del pasado, que las inversiones de las administraciones tengan más en cuenta lo importante, la salud y la educación, y de que el año que comienza sea el final de esta tormenta

Al acabar la primera ola se decía que nada volvería a ser como antes, imbuidos todos de nuevas sensaciones tras tres meses de confinamiento, pero por los tránsitos entre ola y ola se está comprobando que mucha, muchísima gente se olvidará de lo ocurrido pronto. Son los que creen que el olvido es la forma de superar los miedos. Pero tal vez no sea el mejor presentimiento. Algo deberá cambiarnos a todos esta peste. En caso contrario pecaríamos de insensatos.

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