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Alberto Barciela

La valija diplomática de Laxeiro

Ansioso de mundos, joven, empático, audaz, conmovedor, diletante, Laxeiro arribó hasta Vigo para enmarcarla, para embeberla con libertaria actitud. Llegó como un barbero ambulante desde el Deza y ya como artista embarcó hacia Argentina. Regresaría de nuevo ya consagrado, de su “sexilio” voluntario, de sus “laras y seoanes”. Lo hizo para tacear con Carlos en la Taberna de Eligio, para tertuliar en el Derby y en el Goya, para ser eje de una época de artistas, periodistas y empresarios –Urbano Lugrís, José María Barreiro, Eduardo Blanco Amor, Celso Emilio Ferreiro, Valentín Paz Andrade, Paco Fernández del Riego, Carlos Oroza, Pousa, Mariño, Lodeiro, Mantecón, Massó, Alfageme...–, “chimpatazas” divertidos. En la flamante Casa de las Artes, permanece su recuerdo, lo custodia la Fundación Laxeiro, presidida por Abel Caballero.

La ciudad olívica fabricó baúles mundo, los que poblaron la Estación Marítima, los mismos en los que cabían vidas en un discurrir trasatlántico. Cada 23-F, Xavier Magalhaes abre metafóricamente uno de ellos para narrarme la historia de una deliciosa maleta ligada a Laxeiro. Como en esta historia deliciosa Vigo y Galicia pueden llenar enciclopedias y series de la CRTVG para Netflix o Movistar. Los relatos existen y quienes saben contarlos para el nuevo orden, como Vaca Films, también.

¿Hemos perdido el hilo o la maleta? No, no está extraviada, está llegando a Vigo puntualmente desde Donramiro, con un “cocido plegado”, como lo apelaban. La caja de cartón con asa, similar a la de cualquier emigrante, viene repleta de chorizos, lacón, tocino, cacheira, gallina de Lalín. Todo un acontecimiento en un mundo bohemio. Un acontecimiento que se sabía rápidamente en toda la ciudad por Urbano Lugrís, que con apetito voraz proclamaba a los cuatro vientos, con entusiasmo de pensión y hambre: “Xa chegou a valixa diplomática”. Con su contenido se hacía al día siguiente un cocido lento de delicias y abundancias, que compartían en hermandad Laxeiro y su amigos Urbano, José María, el joven Xavier, Sevillano, Antón, Carlos y otros. Las viandas desaparecían como por ensalmo de hambres. Y, así, sin más disgresiones, a esperar un nuevo envío.

Nadie distinguía en los cuentos de Laxeiro entre lo que era cierto y lo que no lo era. La imaginación volaba con libertad. Era característica suya una impostura previsible, una suerte de magia que solo los de Lalín saben hacer para crear con los frutos de la tierra sustentos de almas o de vidas; para satisfacer a los cuerpos, también a los espíritus, con su arte, para elevar una digestión a categoría enmarcable, museística.

Todo eso lo contaba un exbarbero ambulante con vocación de dandi, un húmedo pintor del Deza al que conocí con Carlos Rodríguez, fillo de meu amigo Martiño, fotógrafo de instantes eternos e inolvidables. Laxeiro narraba como si sus pinceladas fuesen fotogramas de un guion de los filmes de Cesáreo González o un relato maravilloso de don Álvaro Cunqueiro, el mismo que dividía al cerdo en regiones romanas: “Laconia, Cacheira, Tocinia...”.

Es tiempo de cocido. Es Navidad. Disfruten de Vigo y de Lalín, de los buenos hosteleros y de los museos, de las 14 estrellas Michelin de Galicia, tres Verdes y extraordinarias. Compren en el comercio local. Regalen Galicia. Laxeiro lo recomendaría entre papancias de taberna, antes de crear futuro colgable y auténtico en el estudio de la calle del Príncipe. Él ya era rey, tenía sus recetas, la mejor materia prima, el escenario más privilegiado y territorios. Pero, sobre todo, volaba, volaba, volaba... para llegar hasta nosotros con su retranca sabia y universal y con su obra imperecedera.

*Periodista

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