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Joaquín Rábago.

¡Es el capitalismo, estúpidos!

Todo demócrata debe felicitarse por la victoria de Joe Biden en las recientes elecciones presidenciales norteamericanas: supone poner un punto de razón en esa casa de locos en que se ha convertido bajo Donald Trump la Casa Blanca.

Todo demócrata debió de lanzar un suspiro de alivio al saber que, gracias al poder de las urnas, el republicano no seguirá cuatro años más gobernando el país más poderoso del mundo como si fuera su particular empresa, sin que le importaran un pito el daño infligido a sus instituciones.

Todos en efecto nos alegramos del triunfo del candidato demócrata como nos alegramos también cuando en Francia, el líder de La République en Marche, Emmanuel Macron, se impuso en las elecciones presidenciales de ese país a la ultraderechista Marine Le Pen.

Pero alegrarse no tiene por qué equivaler a lanzar las campanas al vuelo porque, en uno como en otro caso, la izquierda se ha visto obligada a votar por lo que consideraba el mal menor en vista de la alternativa que se le presentaba.

Y ya vemos lo que ha pasado con Macron, acosado diariamente por las multitudinarias protestas callejeras contra la llamada ley de seguridad, uno de diversos proyectos de ley que mueven a su Gobierno claramente hacia la derecha más represiva en materia de libertades públicas.

Aunque no puede preverse del todo lo que sucederá en Estados Unidos con Biden, a juzgar por sus declaraciones y sus primeros nombramientos, todo parece indicar que el presidente electo intentará reanudar con lo que fueron las presidencias de sus dos predecesores demócratas: Clinton y Obama.

Dos presidencias que, con sus más bien tímidos avances en derechos civiles, se caracterizaron sobre todo por la excesiva influencia de Wall Street, como se vio en el caso de Clinton con la irresponsable liberalización de la banca, que daría lugar a todo tipo de excesos y terminaría con el rescate público del sector con cientos de miles de millones, ya con el republicano George W. Bush en la Casa Blanca.

Seguramente con una mayoría republicana en el Senado si los demócratas pierden las dos elecciones previstas en ese Estado clave para el mes de enero, se estrechará considerablemente el margen de maniobra de Biden, quien, sin embargo, no ha dudado en enviar señales al mundo financiero de que no tiene nada que temer de una nueva presidencia demócrata.

Así, un artículo publicado en la revista de izquierdas norteamericana “Jacobin”, Meagan Day comenta con ironía que si hasta ahora todas las presidencias estadounidenses del siglo XXI han estado repletas de ejecutivos de Goldman Sachs, Biden ha decidido un cambio de rumbo, sustituyéndolos por exdirectivos del mayor fondo de inversiones del mundo, Black Rock.

Con cerca de 8 billones de dólares de activos, de ellos 87.000 millones en empresas petroleras y gasistas, el fondo creado en 1995 por el financiero Larry Fink tiene inversiones en las principales tecnológicas y empresas de armamento, fondos de inversión estatales como el de Kuwait, y en casi todas las empresas del índice bursátil Standard and Poor’s.

Los dos elegidos son Brian Deese, propuesto para dirigir el Consejo Nacional Económico, y Adewale Adeyemo, ex jefe de gabinete de Fink, que será segundo en el Departamento del Tesoro, a las órdenes de la ex presidenta de la Reserva Federal.

Alguien que conoce muy bien los entresijos de Wall Street le comentó al diario “Wall Street Journal” que los nombramientos que ha hecho Biden de exejecutivos de Black Rock “envían una clara señal a la industria de que (…) no tendrá que hacer frente a riesgos fiscales o regulatorios excesivos” por parte del nuevo Gobierno.

Como escribe Day en “Jacobin”, a Black Rock no le interesa especialmente la suerte que pueda correr esta o la otra empresa. Lo único que le importa es el buen funcionamiento del capitalismo como conjunto porque, gobierne quien gobierne, siempre seguirá ganando. ¡Es el capitalismo, estúpidos!

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