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Francisco García Pérez opinador

La ‘expertitud’ intimida con las chicas

De los charlatanes del fútbol televisivo al engolamiento parlero de una ministra

El narrador del encuentro se embrolla con el comentarista, quien a su vez se enmaraña con la colega que informa a pie de campo. Se lían con los wasaps y los tuits. Mientras tanto, la Selección española masculina de fútbol está jugando que lo borda contra Alemania, ahí es nada. Y gana 6-0. Repito: 6-0 en partido oficial. Pero esos parlanchines, dale que dale con que si la camiseta del seleccionador español Luis Enrique es de Coldplay o de Replay, o con la cantidad de conciertos que ha acogido La Cartuja sevillana, lugar del partido. Mientras parlotean estos tres profesionales públicos sobre tales memeces y mostrenquerías ajenas al ajo futbolero, los seleccionados españoles van de primor en primor, combinan, se desmarcan, defienden, atacan, da gloria verlos. Pregunto: habiendo tan buenos especialistas como hay, ¿quién enchufa en TVE a estos malos charlatanes que ni nos dejan con su vocinglería concentrarnos a los espectadores en un magnífico espectáculo futbolístico (¡6- 0!), ni nos instruyen ni deleitan ni emocionan con aspectos del mismo, ni parece siquiera gustarles el balompié tanto como dirimir sobre grupos musicales y marcas de ropa y efemérides? ¿Por qué no se callan?

Ahí está, creyéndose un pincel, un san Luis, un Beau Brummell, la pera Murcia. Es feo, pero feo de doler. Como una caries insomne en una habitación de fonda siniestra, cama chirriante, sábanas húmedas, sin analgésicos ni conserje a mano y con una orquesta tocando pasodobles bajo la ventana toda la noche con motivo de las fiestas del pueblo. Pues ahí está, en el inefable “First Dates” de la tele. ¿Qué cuáles son sus gustos? Dice el machitomán: “No me gusta intimidar con las chicas en la primera cita”. Enciendo aún más la oreja: ¿qué será intimidar con? Por fin me lo aclara tamaño genio: “Osá, quierodir, acostarme así y pum nada más que me entre”. Claro, claro: es un fulano al que no le gusta “intimar”, acaso para no “intimidar”. ¡Ay, Señor, llévame pronto!

Claro, Calvo: hay que escribir sobre la “expertitud”. Me gustan los neologismos. Yo los uso para salar o airear una frase. Pero cuando invento palabras lo hago con voluntad de estilo. Si no la hubiere y fuese traspié o lapsus…. pecado venial; si no la hubiere por querer dármelas de encumbrado… mortal. La vicepresidenta primera del Gobierno español, Carmen Calvo, declaró que Fernando Simón −director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias− “tiene ese cargo por razón de su expertitud”. Ole y ole. La señora ministra tiró de gramática: si de exacto sale exactitud; si de quieto, quietud; si de esclavo, esclavitud; si de inepto, ineptitud… por fuerza de experto ha de salir “expertitud”, palabra que jamás usaría un hablante de recto español, palabro que ni existe ni se lo espera. Refiriéndome solo a la lengua y citando al Diccionario, el señor Simón desempeña su cargo por haberlo considerado sus superiores práctico y experimentado, y tenerlo por persona especializada o con grandes conocimientos en la materia. Qué narices de “expertitud”. Ahora bien, si la señora Calvo es mucho de terminar en −ud las palabras, ahí le va mi regalo navideño: ¡oh, ministra! La amaritud que provocó su celsitud devino turpitud, de ahí el calambud. Lo cual quiere decir: ¡oh, ministra! El amargor y mal gusto a que llevó su elevación en el hablar acabó por convertirse en torpeza, con lo que no es de extrañar su tropezón. O si ustedes quieren otro nivel, acaso más coloquial: ¡oh, ministra! Su engolamiento parlero no solo rechinó sino que la llevó a meter la pata y darse una buena culada.

Consulto la lista de estrenos de pelis y series para las tardes lluviosas y frías decembrinas. Recuerdo a Umberto Eco: “Representar la normalidad es una de las cosas más difíciles para cualquier artista, mientras que representar la desviación, el delito, el estupro, la tortura, es facilísimo”. Qué arte más fácil me ofrecen las pantallas de moda.

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