Siempre me hicieron doblarme de risa las disculpitas falsas. Incluso llegué a pillar el truco de cómo fabricarlas. Se trata de soltar una palabra algo abstracta, cuyo significado exacto el interlocutor agraviado desconozca. Ejemplo: si eres albañil y la parte contratante te afea tu tardanza de dos meses en la reforma del baño que prometiste terminar en dos días, le dices ladeando la cabeza: “Es por culpa de los forjados”. Y ya está. Los forjados. Otro ejemplo: si eres funcionario administrativo desdejado y te encuentras caras larguísimas en la cola que se formó durante la hora y media en que saliste a tomar tu café de diez minutos, resopla e informa con pesar: “Andamos locos con el machihembrado de la bovedilla”. Y ya está. El machihembrado de la bovedilla. Como se burló Gil de Biedma en su poema “El arquitrabe”: “Uno sale a la calle / y besa a una muchacha o compra un libro, / se pasea, feliz. Y le fulminan: / Pero cómo se atreve? / ¡El arquitrabe!” Recuerden que hace unos años, la culpa de todo la tenía la crisis. Así, en general: la crisis. Uno llegaba tarde a una cita y balbucía: “Ando loco con la crisis, chico…”. El otro nos pisaba el pie en el autobús y arqueaba las cejas: “Es que con esto de la crisis…”.
Nada de admitir que el plantón o el pisotón se debieran a la falta de respeto o civismo. La crisis. Pues lo mismo ocurre ahora con la COVID. La culpa de todo la tiene la COVID. Si muestras tu desacuerdo con quien no sigue las normas de protección, ya sabes: “Es que con la COVID no se aclara uno”. Si recriminas al jeta que trata de timarte por la cara, ahí lo tendrás: “Vaya, es que con el rollo este de la COVID”. Nada de admitir que la tergiversación o el fraude se deban a la burricie o a la mangurriez. La COVID. Por eso, suelto todo el trapo velero de la carcajada al oír que, cuando toda esta locura pandémica pase, será el momento de pedir responsabilidades por su mala gestión y tal y cual. ¿Responsabilidades? ¿Culpas? Aquí nadie tiene la culpa de nada, aquí nadie es responsable de nada… salvo los forjados, el machihembrado de la bovedilla y el arquitrabe. Con mi habitual predisposición a echar una mano a los políticos en sus trolas, les traigo aquí para que las copien y apliquen unas citas de Jonathan Swift (el inventor del nombre “Vanessa”, y de los viajes de Gulliver) que vienen de perlas para echar balones fuera. Escribió el gran satírico irlandés en sus “Instrucciones para los sirvientes”, de 1739: “Cárgale la culpa de todo a un perro faldero, al gato favorito, a un mono, un loro, un niño o un sirviente al que han echado; siguiendo esta regla, quedarás siempre libre de culpa sin hacer daño a nadie, y evitarás a tu señor o señora el problema y la incomodidad de tener que reprender a alguien”. ¿Ven qué fácil? Y es que −como reflexionaba en uno de sus artículos− “teniendo en cuenta la disposición natural de muchas personas a mentir y de las muchedumbres a la credulidad, me deja perplejo y desarmado esa máxima tan frecuente en boca de todo el mundo que asegura que la verdad acabará triunfando”. Pero si no les vale y quieren algo más cañí, acudan al teatro de Muñoz Seca, a la escena en que Don Mendo explica a su amada los entresijos del juego de las siete y media en una de cuyas partidas lo desplumaron. No fueron ni su impericia, ni su dejadez, ni su precipitación, ni su ceguera ante lo evidente, ni sus contradicciones tácticas y estratégicas. Vean lo que fue y díganlo los responsables políticos cuando llegue la hora de rendir cuentas: “¡No fui yo... no fui! Fue el maldito cariñena que se apoderó de mí”. El cariñena.