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Carmen Pérez Novo.

Control de las emociones

Todas las personas deseamos ser felices. De hecho, todo lo que hacemos tiene como objetivo final el que nos sintamos bien. Sin embargo, fracasamos mucho, porque no disponemos de entrenamientos acerca de cómo hacerlo de forma rápida y efectiva. Solemos meternos en estados emocionales sin recursos, nos abandonamos a merced de los acontecimientos, sobre los que no ejercemos ningún control, fallando a la hora de hacernos cargo de nuestras propias emociones, sobre las que sí tenemos control. ¿No explica esto, acaso, el hecho de que haya tantas personas que consumen drogas, alcohol, medicamentos antidepresivos, o que se alimenten con productos nocivos para la salud?

Por eso, por la cuenta que nos tiene, tenemos que aprender a identificar las emociones, con el fin de utilizarlas a nuestro favor. Ahora bien ¿qué es una emoción? Pues es, sencillamente, un fenómeno físico en el que se producen una serie de cambios fisiológicos que afectan a nuestras hormonas, músculos y vísceras. Y dura un tiempo. Sin embargo, si nos quedamos inmersos en un tipo de emoción, dándole vueltas y más vueltas, pasamos a experimentar un estado de ánimo. O sea que, resumiendo, tenemos emociones y vivimos estados de ánimo, los cuales, por una parte, nos hacen sentir de una manera y por la otra tienen capacidad para alterar profundamente la manera en la que se comporta el cerebro y el cuerpo. Y es así, porque hay estados de ánimo que generan salud y otros que todo lo contrario. Pues bien, los que están caracterizados por la ilusión, confianza, el entusiasmo, se asocian con un aumento del riego sanguíneo en la zona prefrontal izquierda, mientras que los marcados por la angustia, desesperación, frustración muestran una disminución de ese riego. Y la zona prefrontal izquierda es clave para mantener el equilibrio personal y el emocional.

Ahora bien, nuestro error radica en creer que son los demás y ese montón de cosas materiales los que nos hacen felices. Y no, señoras y señores, nadie, absolutamente nadie, puede darnos un sentimiento. Tenemos que comprender que esa sensación de bienestar que experimentamos brota de nuestro interior. Y solo nosotros podemos estimularla ¿Y cómo? Pues, sencillamente, variando la forma de respirar, o prestando atención a la solución de aquello que nos inquieta; nunca al problema, porque eso resta mucha energía y nos sume en un estado negativo y, por lo tanto, totalmente carente de recursos.

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