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Alberto Barciela

Europa siquiera acaba en Canarias

Una frontera es siempre una línea irregular que cruza bosques, ríos, sombras, seres humanos y convivencias. Es un convencionalismo interesado e impuesto a una realidad geográfica indivisible y a una historia común. El que controla el mapa es quien ostenta el poder. Esto es potestad de políticos y de voraces empresarios insensibles, no de cartógrafos.

El ser humano ha migrado desde sus inicios. La emigración escogida es libertad, todo lo contrario de la impuesta por las catástrofes, hambrunas, guerras o forzada por las políticas dictatoriales.

En cada uno de los 70 millones de personas desplazadas en el mundo naufraga la humanidad. Los inmigrantes forzosos han dejado atrás sus hogares, sus familias y amigos, sus culturas, sus paisajes. Si no se deciden ala aventura en un momento determinado, siquiera les quedará la posibilidad de irse. El único método para ayudar a los suyos, a los que se quedan, es alcanzar el que conocen como “sueño europeo”.

Los afortunados que llegan con vida, tras pagar una fortuna por sus pasajes en cayuco, son reinstalados, acogidos con una cierta dignidad; los más lograrán sobrevivir apenas con un puñado de arroz y algo de agua y leche, radicados en campamentos de refugiados, en los que se oculta buena parte de la hipocresía internacional. De los muertos en el intento, siquiera se sabe el número.

Los muelles de las despedidas, desde los que tantos españoles hubieron de partir hacia lugares lejanos, son hoy centros de acogida de personas con un pequeño hatillo, siquiera con una maleta de cartón, o una morgue.

El espíritu se conmueve ante escenas que nunca deberían producirse: ante la evidencia del resultado de la acción incontrolada de mafias que comercian con seres humanos; de organizaciones criminales que nutren sus arcas con el tráfico de personas, jóvenes, mujeres, niños; y, en la parte contraria, de fuerzas de seguridad y voluntarios sin recursos suficientes para combatir el mal o atender a sus consecuencias. Y mientras, los administradores, debaten ante las cámaras entre burocracias interminables, leyes incomprensibles y excusas inaceptables.

Todos sabemos que el problema ha de solucionarse en origen. Es imprescindible crear un tejido económico en África, consolidar regímenes democráticos, centros de formación, sistemas de migración legales y establecer cauces para que muchos de esos seres humanos puedan establecerse en el viejo continente –paradójicamente con muchas regiones vaciadas–, con garantías, no con subvenciones eternas. Hay que fomentar los valores, ser solidarios, pero a cambio de seguridad y de una supervivencia basada en el esfuerzo, sin guetos.

En este ámbito, Europa no ha obtenido demasiados éxitos. Por añadidura, el COVID ha venido a complicar todo, incluida la reconducción de las ayudas destinadas al Tercer Mundo.

Hay algo evidente: Canarias es España y es Europa, no es un refugio. La UE tiene que entender que los países del Sur están padeciendo presiones de flujo demográfico inasumibles sin la solidaridad y el entendimiento continentales. Es hora de actuar, es hora de más Europa.

[Este artículo forma parte del Proyecto Manifiesto Ibérico Destino Europa]

*Periodista

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