Gracias a la pandemia vamos sabiendo más de muchas cosas, sobre todo de nosotros mismos. Así, nos estamos enterando de que la sociedad se organiza a través de un sistema de distancias entre los cuerpos, que a su vez sirve para establecer todos los espacios de movimiento, relación, convivencia social y trabajo. Vemos también que esas distancias, aunque no estén marcadas ni nos dediquemos a medirlas, son muy rígidas, y es muy difícil modificarlas, pues al intentarlo o nos tropezamos con paredes, bordes y barandillas por todas partes o se nos echa encima la gente hasta alcanzar la línea habitual de separación. Todo parece pensado para que el aire que respiramos sea un aire compartido por sus bordes, e incluso cabría lucubrar que esto fuera una especie de ley para el funcionamiento del enjambre humano. La pandemia lo sabe, y sabe que se juega su vida en que no sepamos superar esa ley.