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Javier Sánchez de Dios.

Crónica Política

Javier Sánchez de Dios

El invierno

A estas alturas, y sobre todo tras los reiterados avisos –con orígenes múltiples– sobre lo cerca que está, si es que no llegó todavía, el “invierno demográfico”, apenas se entiende que en Galicia no haya habido otra iniciativa que una –más bien tibia– de la Xunta. Y se adjetiva así porque, de momento, se conoce poco de la anunciada Ley de Impulso, que parece retomar el proyecto anterior depositado en un cajón al decaer por la convocatoria de elecciones gallegas de julio tras el aplazamiento de abril a causa del virus. Y que, por las circunstancias actuales y las incógnitas de futuro, será necesario actualizar. Como mínimo.

Esa necesidad no deviene tanto de la aparente apatía, o al menos poca disposición, de la sociedad gallega en su conjunto a poner remedio al problema de forma efectiva, sino a las dimensiones que en plazo y gravedad adquiere la cuestión. El Instituto Nacional de Estadística ha cifrado en unos 180.000 los habitantes que Galicia perderá en los próximos quince años. Tal como publicó este periódico, eso equivale, más o menos, a la mitad de la población de la provincia de Ourense. Y tres lustros se pasan en un suspiro, sobre todo si pintan bastos para este Reino.

(Conviene insistir, a pesar del riesgo de reiteración, en un dato: los 15 años –ya escasos– que separan el día de hoy del año 2035 hacen más urgente todavía ya no solo articular, aprobar y aplicar el proyecto –transversal, y por tanto más complejo– que esta Xunta anunció tras su primer Consello de la legislatura. Porque además de las fases mencionadas, no se puede perder de vista que es preciso un previo acuerdo, siquiera de mínimos, de cuantas más fuerzas políticas. sociales, económicas y otras mejor. Porque hay que blindar el pacto ante el desgaste del paso del tiempo.).

Todo eso, y nada menos, es lo que hay. Desde una opinión personal, como siempre, pero que en esta ocasión se suma a las muy autorizadas de organismos a escala planetaria –como la ONU–, europeas desde la OCDE hasta la propia Comisión de la UE, españolas como el Instituto Nacional de Estadística y gallegas, una de ellas de tanto prestigio como la Fundación Barrié. Citadas todas ellas a modo de ejemplo, sin ánimo de minusvalorar la importancia e influencia de cada una aunque, como es obvio, sean diferentes. Pero coinciden en lo obvio y la unión –o la convergencia– hace la fuerza.

Cuanto queda dicho no es sino un eco de la exigencia que especialistas de todos los terrenos, desde la Economía Política hasta la Sociología, pasando seguramente por toda la enciclopedia del saber, vienen planteando a los diferentes gobiernos desde hace mucho. Y, por lo que se ve, con un éxito escaso, quizá debido a la poca costumbre que tiene este país de ser gobernado con las luces largas, que permiten ver mejor lo que aguarda en el camino. Pero alguna vez habrá de cambiar esa actitud, y cabe esperar que cuando suceda, todavía quede tiempo para resolver. De lo contrario, solo quedaría el recurso a la providencia, aunque fuere de tipo civil, para que nadie pueda sentirse ofendido.

¿Verdad...?

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