Esta semana Giuliani apareció junto con un grupo de abogados ante los medios de comunicación diciendo que Trump fue la víctima de un fraude electoral perfectamente orquestado para que Biden ganara las elecciones. De la rueda de prensa (“la hora y 45 minutos de televisión más peligrosa de la historia estadounidense,” según Christopher Krebs, el exdirector de la Agencia de Ciberseguridad, despedido por el presidente) quedó la imagen del antaño “alcalde de América” sudando el tinte del cabello con un rostro alterado. Pero esa imagen, susceptible se ser utilizada como la síntesis visual de tantas decadencias, no debe distraernos de lo importante, que es el contenido de las declaraciones de los juristas. Giuliani habló de un “plan” demasiado complejo como ser llevado a cabo por una docena de poderosos demócratas. No presentó ninguna evidencia, pero sí citó una película, Mi primo Vinny, para explicar cómo se había producido la ignominia. La abogada Sidney Powell, por su parte, sugirió que el complot tiene sus orígenes en varios países comunistas. De nuevo, ninguna evidencia fue presentada a fin de probar esos gravísimos y escandalosos hechos. Solo ha cambiado la naturaleza de la conspiración, que ha dejado de ser local para convertirse en transnacional.

Que investiguen, dicen algunos, pues si el “estado profundo” lo niega, tiene que ser verdad. Y eso es lo que pretendió hacer el presentador Tucker Carlson, de Fox News, cuando se le ocurrió la idea de solicitar “educadamente” algunas pruebas a la abogada de Trump y esta última no fue capaz de proporcionarle ninguna. Tan insistente se mostró la estrella de la cadena conservadora con el asunto que Powell, irritada ante la obsesión de Tucker con las malditas evidencias, pidió que no la molestaran más. Lo interesante aquí es que Carlson, defensor leal de Donald Trump y del movimiento que el presidente representa, es un creyente. Y no un creyente cualquiera. Su programa, en sus propias palabras, es el programa con “la mente más abierta” de la televisión por cable, de ahí que se dediquen a hacer algunos segmentos sobre ovnis, “no porque estemos locos o estemos interesados en el tema, sino porque hay evidencias de que los ovnis existen y todo el mundo miente sobre ello”. Es decir, que Carlson no tendría ningún problema en seguir la pista de Venezuela, incluso hasta el mismísimo espacio.

La abogada, además, podría explayarse en el programa sobre el tema. Habría cientos de minutos para desarrollar la conspiración a gusto, con sus correspondientes tramas y subtramas, incluso con esos típicos personajes que fuman cigarrillos en garajes oscuros mientras susurran información secreta sobre platillos volantes. El presentador de Fox News estaba dispuesto a concederle a Powell el tiempo que fuera necesario (“una hora, hasta una semana entera”) para escucharla “en silencio” y con atención. Carlson solo pedía pruebas para elaborar un relato más o menos convincente.

Al final, el desagradable desencuentro acabó en las redes sociales, como suelen acabar estos enredos protagonizados por adultos con estudios que se dedican a difundir disparates e insultos en internet, en ocasiones a través de otros, más atrevidos y con menos vergüenza, que se abstienen de poner límites a su imaginación. Eso fue lo que hizo Powell al retuitear un par de mensajes en los que Carlson era calificado como un “globalista” que pertenece a “The Syndicate”, como se le llamaba a la organización de la serie de televisión Expediente X que encubría la existencia de los extraterrestres (parece que Powell no ha prestado atención al discurso de Carlson sobre los ovnis). La afirmación fue jaleada, cómo no, por una parte de la derecha que se siente decepcionada por ese ataque de periodista que le dio a uno de sus presentadores favoritos. ¿Evidencias? ¿Pruebas? Eso se lo pedirás a Soros, dicen. Es lo que tienen las teorías de la conspiración. No hay alternativa: crees en ella o estás involucrado en ella. Veremos cómo soluciona Carlson esta inusitada aplicación del código deontológico. Porque la realidad, en ciertos lugares, ha dejado de ser un producto rentable.