Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Joaquín Rábago.

Atronador silencio de la OEA sobre lo que ocurre en EE UU

Muchos recordarán lo ocurrido en octubre de 2019, cuando la Organización de Estados Americanos dio su visto bueno al golpe de Estado contra el Gobierno legítimo del primer presidente indígena de Bolivia, Evo Morales, tras denunciar la comisión allí de un supuesto fraude electoral.

Morales había ganado con margen suficiente a Carlos Mesa en la primera vuelta y, según la Constitución, estaba facultado para formar nuevo Gobierno, pero la OEA habló injustificadamente de que se había producido en el último momento un inexplicable cambio de tendencia en el sentido del voto y propició, con claro apoyo de Washington, aquel golpe militar.

Un año después, el presidente republicano de Estados Unidos, Donald Trump, se niega a reconocer su derrota electoral frente a su rival demócrata, Joe Biden y, que uno sepa, la organización de la que es secretario general el ex ministro uruguayo de Exteriores Luis Almagro no tiene al parecer nada que comentar al respecto.

A lo largo de prácticamente toda su historia, la OEA ha servido claramente a los intereses de Washington, suspendiendo a los países cuyos gobiernos abrazaron el comunismo, como la Cuba de Fidel Castro, pero haciendo en la mayoría de los casos la vista gorda ante las gravísimas violaciones de los derechos humanos bajo las dictaduras de signo contrario.

En el caso de Venezuela, Almagro no ocultó en ningún momento su apoyo a la oposición al Gobierno de Nicolás Maduro ni su simpatía con los intentos de cambio de régimen mediante un levantamiento militar apoyado por el secretario de Estado de Trump, el halcón Mike Pompeo.

Nada dijo tampoco la OEA cuando se destituyó, tras un juicio evidentemente político, a la presidente del Brasil Dilma Rousseff ni cuando se encarceló a su predecesor, el ex sindicalista Luiz Inácio Lula da Silva. La OEA, que tiene su sede a pocos centenares de metros de la Casa Blanca, ha sabido servir siempre los intereses de Washington en lo que hasta hace poco era sólo su patio trasero.

El silencio de esa organización en el caso de las últimas presidenciales norteamericanas es tanto más atronador cuando los dirigentes de las principales democracias han reconocido ya abiertamente la victoria de Biden y el mundo asiste atónico a lo que ocurre en EE UU, con un Trump que insiste, pese a no presentar una sola prueba que lo avale, en que ha sido él, y no su rival, quien ha ganado las elecciones y por tanto tiene derecho a seguir cuatro años más en la Casa Blanca.

¿Qué decir, al mismo tiempo, del ejemplo que está dando en estos momentos al mundo el país al que tanto gusta dar lecciones de democracia y de derechos humanos al resto del planeta, pero que al mismo tiempo se niega a que otros le juzguen por el mismo rasero que él se empeña en aplicar a los demás?

Compartir el artículo

stats