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Ceferino de Blas.

El legado intelectual de Moncho Iglesias

En los tiempos primerizos como autor, el mejor especialista en Antonio Palacios, firmaba sus trabajos con todos sus nombres de pila y apellidos, José María Ramón Iglesias Veiga. Era tan riguroso que hasta le parecía improcedente renunciar a alguna de sus identificaciones del DNI.

Así aparece en la cabecera del libro “Antonio Palacios, arquitecto, de O Porriño a Galicia”, publicado en 1993, fruto de aquel rigor inicial y de sus investigaciones en él FARO DE VIGO, cuando la colección estaba microfilmada -no había llegado la digitalización-, y donde no dejó una página ni la última nota sin revisar.

Aunque ya había publicado algunos trabajos, fue su primera gran obra, y el aviso a navegantes de que había un profesor en el Instituto de Porriño, al que reverenciaban sus alumnos, que sabía más que nadie del arquitecto más eminente que ha dado Galicia, tras el Maestro Mateo.

Con el tiempo se permitirá una licencia, y firmará como José Ramón Iglesias Veiga. Pero los amigos siempre lo llamaron Moncho Iglesias.

Su sapiencia era consecuencia de un trabajo ímprobo, dedicado a investigar cuanto se había publicado sobre Palacios en todo tipo de documentos y publicaciones, y los propios escritos del arquitecto en periódicos y revistas gallegas, en especial en éste, donde lanzó su gran sueño del Vigo futuro.

José Ramón Iglesias no circunscribió su enfoque intelectual a la figura del arquitecto porriñés, sino que amplió el visor al vasto campo de la tendencia regionalista en la arquitectura gallega, sobre el que versará su tesis doctoral, que cumple calificar como el referente definitivo sobre la materia.

Esta plétora de conocimientos le llevó a expandir su atención sobre los grandes arquitectos vigueses y sus obras, de donde surgió un título imprescindible: “Arquitectura regionalista gallega. Antonio Palacios, Gomez Román y otros arquitectos”.

Nunca fue individualista sino que le gustaba trabajar en equipo. Con el arquitecto e investigador Jaime Garrido había formado un tándem al que la historia del urbanismo vigués debe haber sido revalorizada. Ellos son quienes más énfasis imprimieron a las fantásticas edificaciones de la ciudad y a los autores que las idearon. Aunque existen negacionistas, Vigo es un muestrario de soberbios edificios, proyectados por grandes arquitectos. De ello da fe el libro “Percorrido pola arquitectura histórica de Vigo”, de obligada lectura para quien quiera conocer a fondo la población cosmopolita de otra época.

Lamentablemente, los dos se han ido con poco más de un año de diferencia, primero Jaime Garrido, hace unos días Moncho Iglesias.

El Instituto de Estudios Vigueses, del que formaban parte, ha perdido dos puntales, y Vigo la excelencia en plenitud de estos dos investigadores e historiadores que tanto aportaron al reconocimiento de un Vigo exquisito: el de sus mejores arquitectos.

Por fortuna, queda su obra insuperable, e imperecedera, que constituye una permanente invitación a los vigueses a conocerla, y a repetir lo que a ellos más les gustaba: emprender un recorrido por la ciudad con sus libros abiertos, y realizar una lectura reposada ante cada edificio.

Moncho Iglesias, a quien todos querían, porque era como Antonio Machado, “en el mejor sentido de la palabra bueno”, además de sus numerosos libros y trabajos -el último sobre “Alfageme. Historia e memoria”, aún sin presentar-, deja como herencia sus valores humanos. Su amor a la familia, su humildad incólume a vanidades, la disposición de servicio a los demás -siempre presto a ayudar y a gastar su tiempo por quien se lo pidiera-, una actitud positiva y el tratar de hacer la vida agradable a quienes se le acercaban.

Era el mejor compañero, padre, profesor que pudiera tocarte, y lo manifestaron sus alumnos cuando se jubiló hace tres años con un adiós apoteósico.

Como resumió el oficiante en la homilía del emocionante funeral con el que se le honró, en el que rezumaba el cariño de los muchos amigos que acudieron a la iglesia de Rosalía de Castro, y aplaudieron el vídeo de sus alumnos de Porriño como si fuera el estreno de una ópera, Moncho Iglesias tuvo tres amores a los que se entregó: la enseñanza, el Instituto de Estudios Vigueses y su familia, personalizada en su mujer, Marisa.

En los tres dejó su impronta. Será difícil que los alumnos lo olviden, porque pasó a formar parte de la mitología del centro como el gran maestro que era. En las obras publicadas por el Instituto de Estudios Vigueses pervive buena parte de su herencia intelectual y familiarmente quedan sus hijos y nietos, a los que tanto quería.

Son su legado, y el intelectual es imborrable.

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