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Juan Tapia.

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Juan Tapia

Trump, América y Europa

El trumpismo es una reacción de rechazo con precedentes en varios países europeos

Joe Biden ya es presidente. Con cuatro millones de papeletas más que Trump, ayer superó la mágica cifra de 270 votos electorales al ganar en Pensilvania y Nevada. Venció Biden, pero la mayoría demócrata en la Cámara de Representantes será menor que la actual y puede que los republicanos no pierdan el Senado. La tan esperada marea azul que auguraban las encuestas era pues puro espejismo.

¿Por qué se han equivocado tanto todas las encuestas? ¿Por qué los grandes medios no han captado la realidad de una América muy partida? Puede que electores de Trump lo ocultaran en los sondeos. ¿Voto oculto vergonzante? Puede que en el último momento -Trump hizo un final de campaña espectacular para haber acabado de pasar el coronavirus- hubiera mas cambios de voto de los detectados. Y muchos columnistas confundieran sus deseos con la realidad.

Joan Cañete, en un brillante artículo en El Periódico del viernes, apuntaba a la incapacidad de los medios europeos para entender la América de hoy y las razones de la popularidad de un presidente erigido en caudillo. Cierto, pero el error ha sido también de los grandes medios americanos y de un semanario tan solvente como The Economist que sólo daba a Trump un 3% de posibilidades. Si llega a darle el 6%...

Trump ha perdido, pero por poco. Y se ha visto la atracción del electorado por un presidente autoritario que enarbola el “America First”, el proteccionismo, minusvalora lo extranjero y la inmigración y ataca el “progresismo de las élites”. Y que sin la pandemia quizás habría ganado.

Lo que no vemos es que fenómenos similares al trumpismo se están dando también en Europa. Las ideologías y valores progresistas han perdido atractivo porque el comunismo fracasó y la socialdemocracia es pragmática. El liberalismo tampoco salió bien parado de la crisis del 2008 y las democracias cristianas se encuentran ante un mundo secularizado y papados (Montini, Wotjyla, Razinger, Bergoglio) de signos diferentes. En el mundo globalizado muchos empleos industriales han emigrado a países antes subdesarrollados con salarios más bajos. Las redes sociales relativizan los valores clásicos cuando no los desenmascaran. Las ciudadanías se enfadan ante las limitaciones al bienestar social y rechazan a quienes no saben o pueden mantenerlo. En este mundo hay un caldo de cultivo para los políticos que exaltan la nación (existe y tiene lengua), la autoridad que manda (y protege), y acusan de todos los males a los partidos.

El trumpismo ha crecido seduciendo a buena parte de los trabajadores de estados industriales como Ohio, Michigan y Pensilvania castigados por la globalización (y China). Pero también hay trumpismo en Europa.

En Italia, el desprestigio de la democracia cristiana (corrupción) y del PCI (fracaso del igualitarismo ruso) llevó a los jueces “mani pulite” y liquidó a una clase política. Y ahí emergió la Forza Italia de Silvio Berlusconi, un multimillonario como Trump, pero con el aire amable del antiguo “gondolero veneciano”. Luego Beppe Grillo y Matteo Salvini, más toscos, no han llegado a conquistar el poder.

En Gran Bretaña el Brexit es un fenómeno nacionalista, que dice que Europa roba el dinero de los ingleses. Y Boris Johnson es un populista, con descaro a lo Trump, que se ha cargado a dos primeros ministros conservadores (Cameron y Theresa May) y a un líder laborista excéntrico (Jeremy Corbyn). Y tiene mayoría absoluta.

Incluso Francia. El fin del PCF, la insatisfacción con las presidencias, aún míticas de la izquierda y el gaullismo de Mitterrand y Chirac, y el fracaso sucesivo de la derecha de Sarkozy y el socialismo de Hollande llevaron a que el Frente Nacional de Marine Le Pen, de extrema derecha pero con mucho voto en barrios obreros, pudiera ganar la presidencia. El tapón fue el caudillismo -este si, culto y proeuropeo- de Macron, arropado por parte de la derecha y la socialdemocracia.

Alemania se libra, al menos por ahora. Por la vacuna histórica y la relativa solidez del CDU de Merkel y de un SPD a la baja, además en gran coalición.

¿España? Los fallos del PSOE y el PP nutrieron al populismo “progre” de Podemos y luego al de derechas (Vox). Pero Sánchez ha embridado a Iglesias (por ahora) y Abascal tiene votos, pero sólo es un exfuncionario del PP que se hunde ante un buen discurso, centrista y europeísta, de Pablo Casado.

¿Catalunya? Habría que analizar la reacción anticatalana y el desprecio y si fue primero el huevo o la gallina.

El trumpismo no es sólo una cosa de los americanos. Está también entre nosotros.

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