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Antón Costas Comesaña opinador

Lo que Trump nos ha hecho ver

De forma ritual desde 1845, el martes siguiente al primer lunes de noviembre se celebran las elecciones presidenciales en EE UU. Se eligió esta fórmula por razones pragmáticas. Noviembre, porque ya se había recogido la cosecha y eso facilitaba que la gente fuese a votar. Un día laborable porque los sábados era festivo para los judíos y el domingo para los cristianos. El martes después del primer lunes para que las elecciones no coincidiesen con la festividad del 1 de noviembre.

El martes es la nueva cita. Los resultados no están claros. A pesar del rechazo que Donald Trump infunde en muchos norteamericanos, puede volver a ganar. Ha sabido capitalizar la rabia de una parte de la sociedad por la pérdida de bienestar y buenos empleos que han sufrido. Además, la evolución de la economía y del mercado de trabajo no han sido malas para él.

Mi intención no es, sin embargo, hacer un pronóstico sobre los resultados, sino saber por qué un hombre que causa tanto rechazo gana las elecciones. Y, si es posible, extraer alguna enseñanza para nosotros.

“The Atlantic”, una revista norteamericana de gran prestigio e influencia cultural, pedía en 2016 el voto contra Trump con estos argumentos: “Es un hombre deleznable. Trafica con teorías de la conspiración y lanza invectivas racistas; es terriblemente sexista; es errático, reservado y xenófobo; expresa admiración por los gobernantes autoritarios, y él mismo manifiesta tendencias autoritarias (…). Es enemigo del discurso basado en los hechos; ignora la Constitución; parece no leer; (…)”.

Esta semana ha vuelto a hacerlo: “Lo que hemos aprendido desde que publicamos ese editorial (2016) es que subestimamos nuestros argumentos. Trump es el peor presidente que ha visto nuestro país (…); ha dividido a nuestro pueblo; ha enfrentado raza con raza; ha corrompido nuestra democracia; ha mostrado desprecio por los ideales estadounidenses; ha hecho de la crueldad un sacramento; ha proporcionado consuelo a los propagadores de odio; ha abandonado a los aliados de EE UU; se ha alineado con dictadores; ha fomentado el terrorismo y la violencia colectiva (…). Y la evidencia sugiere que sus innumerables pecados y defectos tienen sus raíces en la inestabilidad mental, el narcisismo patológico y en un profundo deterioro moral y cognitivo”.

Los argumentos contra Trump son demoledores. Entonces, ¿por qué ganó en 2016 y puede volver a hacerlo ahora?

Hay dos tipos de explicación. Una es cultural. Sostiene que Trump ha sabido aprovechar la brecha surgida en las últimas décadas entre los valores de las generaciones jóvenes –ricas, educadas, laicas, confiadas y urbanas– y los de las generaciones mayores –tradicionalistas, religiosas, conservadoras y territoriales–. La expresión más brillante de esta idea es el libro de Pippa Norris y Ronald Inglehart (Cultural Backlash: Trump, Brexit, and Authoritarian Populism) donde utilizan la noción de “guerra cultural” para explicar el triunfo de Trump, el brexit y el populismo autoritario.

La otra explicación es socioeconómica. Sostiene que Trump ha capitalizado el malestar de las comunidades que han sufrido la desaparición de buenos trabajos provocada por la deslocalización industrial y la competencia de las importaciones chinas. David Autor y colaboradores han documentado este vínculo (Importing Political Polarization? The Electoral Consequences of Rising Trade Exposure). Trump recibió proporcionalmente más votos en los condados que habían perdido mayor número de buenos trabajos. Lo mismo ocurrió en el brexit. Para los autores, ha habido una “polarización política importada” a través del comercio con China. Lo llaman el “efecto China”.

No son excluyentes. El malestar socioeconómico actúa como motor de la polarización cultural. El hecho de que el populismo autoritario haya aumentado a partir de la crisis del 2008 apoya esta secuencia. Trump ganó a Hillary Clinton porque supo oler el dolor que existe en los hogares que han perdido tanto sus buenos trabajos como sus estilos de vida de clase media a consecuencia del “efecto China”. Y, hábilmente, utilizó la guerra cultural –en particular, el racismo y la inmigración– para acentuar esa polarización.

En esta ocasión, Joe Biden y Kamala Harris han centrado su campaña en las comunidades malhumoradas. El objetivo de su programa es crear empleos, especialmente en salud, en esas comunidades. Trump, a pesar de sus desvaríos, nos ha hecho ver la importancia de generar buenos empleos allí donde vive la gente. Solo así haremos retroceder a los populistas autoritarios.

*Economista

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