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Javier Junceda

Coherencia democrática

La figura del polaco Władysław Bartoszewski en favor de la reconciliación tras las dictaduras nazi y comunista

En el mármol de los fundadores de la Europa unida debiera grabarse el nombre de Władysław Bartoszewski. Este gran intelectual polaco encarnó como pocos las tragedias totalitarias que se sucedieron en el viejo continente hasta que la libertad cuajó. Le encerraron en Auschwitz, al creer los nazis que era judío. Tras sufrir el holocausto, retornó a las cárceles estalinistas por sus actividades en la resistencia, e incluso terminó de nuevo entre rejas en los estertores del gobierno comunista, como consecuencia de su militancia en el sindicato Solidaridad, liderado por Lech Walesa.

Bartoszewski fue un impar símbolo de la democracia liberal y del combate contra los extremismos de cualquier signo. Hasta se opuso como católico a los excesos en su país del nacionalismo cristiano. Sus miles de columnas y el medio centenar de libros que firmó sobre la historia de la ocupación de Polonia son testimonio vivo de una defensa apasionada de los valores de las sociedades abiertas y de las enormes posibilidades de la reconciliación para alcanzar una paz duradera.

Pese a experimentar en sus propias carnes el tormento dictatorial de uno y otro color, nunca vaciló en tender la mano a sus verdugos para avanzar, sin olvidar el hondo dolor que produjeron. A ese magno objetivo de pasar página se aplicó durante los dos períodos en que asumió la cancillería polaca, persiguiendo enterrar de una vez las heridas del pasado y de normalizar las relaciones con Alemania e Israel.

“Vale la pena ser decente, aunque no siempre se encuentre recompensa. Y aunque pueda compensar ser deshonesto, nunca vale la pena”, era el sencillo lema de quien, en numerosas intervenciones, como la que ofreció ante el Bundestag con motivo del cincuentenario del final de la Segunda Guerra Mundial, tan solo aspiraba a introducir sentido y coherencia ética en la dinámica política.

Chris Patten, actual rector de Oxford y excomisario comunitario de exteriores, acaba de evocar la figura de Bartoszewski al hilo de esas interesadas alfombras rojas que a todas horas tendemos en Occidente al deplorable régimen de Putin –al que califica sin ambages como matoneril– y al no menos ominoso leninismo de Xi Jinping, exitoso en lo económico a costa de sacrificar los derechos laborales más elementales, las reglas ambientales y mercantiles internacionales, o de mantener a su ciudadanía tiranizada. Patten no duda del abierto rechazo que a este íntegro historiador y periodista varsoviano le hubieran merecido ambas amenazas que se ciernen sobre Europa y su identidad política y cultural, aunque su férrea congruencia con estos ideales pudieran provocar efectos adversos en quienes siguen considerando que el dinero lo es todo.

“Ni soy un filósofo, ni un teólogo, ni tengo respuestas para todo. Solo soy un simple hombre que trata de pensar. Y puede ser que en algún momento quiera también mirarme al espejo, sin sentir desasosiego. Esto puede ser importante para caminar por la vida”, resumió con inspirada naturalidad Bartoszewski al explicar su cimera trayectoria vital y en el mundo del pensamiento.

De contar hoy con personalidades como él, capaces de proclamar la causa del pluralismo con dignidad y valentía, ni tendrían lugar esas irresponsables obsesiones por reabrir cicatrices históricas, ni seguramente se produciría la codiciosa contemporización hacia nuestros mayores desafíos en el escenario global. Pero mucho me temo que con estos bueyes hay que arar y que todo continuará por la estéril senda de confrontación en lo interno y de insensata condescendencia en lo externo, hasta que nos percatemos del grave error que en estos y otros casos supone alejarse de los principios democráticos esenciales.

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