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Juan Tapia.

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Juan Tapia

El día que Abascal aupó a Casado

Fainé y Garamendi piden en el Congreso de la CEDE consensos políticos amplios para una agenda de reformas

El miércoles, oyendo al líder de Vox desgranar su catálogo de disparates, el hastío invadió a muchos ciudadanos. Es la democracia. Vox tiene 52 escaños, mas de los 35 requeridos para una moción de censura. Y al final el debate ha tenido efectos positivos.

Primero, evidenció que con este parlamento no hay mayoría alternativa. Pablo Casado lo reconoció al reprochar a Abascal haber ayudado al Gobierno. Hace tiempo que Inés Arrimada lo asumió, ahora lo hace Casado. Gracias a Vox, Sánchez es el único que ha ganado una moción de censura y el que ha derrotado otra con más votos (298 noes).

Por otra parte, y contra lo que el propio PP temía, el líder de la derecha ha salido fortalecido. No son sólo los repetidos aplausos de su bancada. El País, nada devoto, abría así su portada del viernes: “Casado rompe con Abascal y sale ganador de la moción”.

Casado tenía un dilema. Junto a Vox suma 141 escaños, veinte más que el PSOE, unía a toda la derecha (que antes votaba PP) y daba sensación de fuerza. Si se salía de la foto de Colón se quedaba con 89 escaños más la historia del PP con sus aciertos, sus muchos pasivos y un indefinido conservadurismo.

No quería romper con Abascal –para Aznar el año pasado “un buen chico lleno de buenas ideas”– que le facilitó los gobiernos de Madrid, Andalucía y Murcia. Pero tener a la ultraderecha de aliado externo (no camuflada dentro como Aznar) tiene costes.

Y más en Europa. Casado ha peregrinado para atacar la propuesta judicial de Sánchez. Y ha encontrado simpatías (el PP es socio del PP europeo que gobierna muchos países), pero también reticencias. El CDU alemán y otros son alérgicos a la extrema derecha. Y les preocupa más Le Pen, Salvini (o un Abascal crecido) que la extrema izquierda de Podemos que saben domada por la realidad (Tsipras en Grecia) y por el PSOE que ha sabido frenar su irrupción del 2015. Y en la España moderada, el discurso tremendista, para competir con Vox, tampoco gustaba. Y el empresariado está más pendiente de la economía y de ser escuchado en la Moncloa que de la ideología de su inquilino.

Casado no quería, pero la moción de Abascal le acorraló entre quedar prisionero de la foto de Colón u optar por el centro-derecha europeo. Salir de Colón exigía un gesto claro de ruptura y afrontar las consecuencias. No cabían medias tintas. Por eso hizo un discurso liberal, reivindicando la reconciliación de la transición y la apertura de Suárez al PCE de Carrillo y Pasionaria (ahí le propinó un sopapo a Pablo Iglesias). Y el entusiasmo de los suyos y el aprobado de muchos que no lo son ha sido mayúsculo. Hay en España deseo de una centrista como Merkel, que gana a la izquierda y luego sabe gobernar con ella.

Casado tuvo el jueves el sentido común, también la valentía, de proclamar que prefiera Merkel a Abascal. Es la opción correcta, pero con riesgos. Aunque seamos claros: Abascal puede molestar, pero no entregar (sería su suicido) Andalucía o Madrid al PSOE. Casado mantuvo que Abascal y Sánchez se retroalimentan. Pero en Europa la socialdemocracia es un activo mientras que el populismo trumpiano es el peligro.

Casado ha salido fortalecido. ¿Qué hará ahora? ¿Guardar el triunfo como un trofeo y seguir igual? El jueves mostró más ambición. Y las sugerencias europeas y la realidad de un gobierno sin mayoría le pueden inclinar a un menor obstruccionismo. ¿Poder judicial? ¿Estado de alarma? ¿Presupuestos? Para ello deberá no sólo persistir en el cambio de discurso sino enriquecer su equipo. En especial en el frente económico que con la marcha de Guindos al BCE quedó desdibujado.

El jueves se celebró en Valencia el congreso de la Confederación Española de Directivos y Ejecutivos (CEDE) con presencia de Felipe VI y de Nadia Calviño. Y todas las voces –Isidre Fainé, Juan Roig, Antonio Garamendi, Goirigolzarri, José Luís Bonet, Francisco Reynés, Ángel Simón– pidieron unidad. Garamendi fue rotundo al exigir que haya presupuesto del 2021. Y el catalán Isidre Fainé, presidente de la Fundación Bancaria La Caixa, pidió “consensos políticos amplios para una agenda de reformas profundas y estables”. Nadie pidió otras elecciones.

Sí, los empresarios a veces piden el cielo (distinto al que Iglesias quería conquistar). Pero con el estado de alarma y el miedo económico, ni Casado ni Sánchez deben ignorarles.

Ahora hay dos ecuaciones. Una, cómo Sánchez lleva al consenso a un reticente (se vio en el debate) Iglesias. Dos, cómo Casado combina sus ambiciones electorales con los mínimos consensos que se le piden a un aspirante a presidente.

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