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Las aportaciones de Antonio Palacios en Ourense

El 27 de octubre de 1945 fallecía en Madrid el arquitecto Antonio Palacios Ramilo que había nacido en O Porriño (Pontevedra) en 1874. Palacios cursó sus estudios de arquitectura en Madrid, ciudad en la que establecería su residencia y para la que proyecta muchas de sus obras. Algunas de estas son hitos indiscutibles en su trayectoria y en la arquitectura de la época, es el caso del Hospital de Jornaleros o de Maudes y del Palacio de Comunicaciones, hoy Ayuntamiento de la capital y uno de sus símbolos de identidad.

El éxito alcanzado en Madrid, no le alejó de su tierra de origen a la que volvía con frecuencia por motivos familiares y también de trabajo, pues cada vez era más demandado. Su implicación con Galicia va más allá y pronto fue consciente de muchas de las carencias que impedían su desarrollo. Fue pionero en evidenciar el potencial económico que podría haber supuesto el patrimonio artístico, abandonado y deteriorado, si se recuperarse para ponerlo en valor como foco de atracción turística. También fue consciente de que este rico patrimonio, fraguado a lo largo de los siglos, podía permitir la creación de una estética gallega en las Bellas Artes. Este planteamiento le acercó al movimiento galleguista con el que colaboró y con el cual coincide en los enunciados artísticos y culturales, aunque no en los ideológicos. Cabanillas, Paz Andrade, Castelao o González Villar se encontraban en el grupo de amigos que frecuentaba cuando viajaba a Galicia.

De todas las provincias gallegas, Pontevedra es la que cuenta con las obras más conocidas y representativas del arquitecto en su tierra, basta recordar el Ayuntamiento de O Porriño, el Templo Votivo del Mar de Panxón, o como originalidad la Virgen de la Roca y como proyecto no realizado la Reforma Interior de Vigo.

En lo que respecta a Ourense la relación, que fue relativamente temprana y dilatada en el tiempo, llega a través de la amistad que lo unía con el influyente Bugallo Pita, persona de confianza del obispo Cerviño y a su muerte vicario capitular de la diócesis.

Su primer trabajo en la provincia le surge en 1918, cuando la villa de Celanova le encarga un proyecto para construir una nueva capilla de la Encarnación pues la anterior había sido destruida por un temporal. El proyecto no fue ejecutado por falta de recursos económicos, ya que las escasas doce mil pesetas recaudadas distaban mucho de las más de ciento cuarenta y nueve mil que exigía su realización.

Sin embargo, las propuestas que contiene este pequeño proyecto, no deben pasar desapercibidas porque marcan uno de los puntos de partida del interés del arquitecto por la búsqueda de una arquitectura regional, que va a contar con el respaldo de un regionalismo que despuntaba con fuerza en este momento, y sobre todo por la incorporación de contenidos propios extraídos del estudio, de sus viajes por los monasterios gallegos y de su conocimiento de la arquitectura autóctona en general.

En la memoria del proyecto deja patente su deseo de inspirarse en la arquitectura tradicional: imitando el proceder de nuestros antepasados, huyendo de cualquier atisbo urbano y buscando la comunión con la naturaleza. A la vez subraya el carácter románico en el tratamiento tosco que se daría a la piedra y evocando como fuente de inspiración, las pequeñas ermitas rurales, el Pórtico de la Gloria o el propio San Miguel de la villa.

En 1927, casi diez años después de la fallida propuesta para la Encarnación, Antonio Palacios comienza a trabajar en un proyecto para la catedral de Ourense con el que se pretendía solucionar el problema de la falta de acceso por la fachada principal. El arquitecto presenta un ambicioso plan que abarcaba la construcción de una amplia escalinata que arrancaría de una plaza porticada, a la vez se consolidaría y devolvería el aspecto medieval al Pórtico del Paraíso, eliminando el cerramiento del siglo XVI que impedía su visión desde el exterior y además, se retiraría el coro de la nave central.

La propuesta fue acogida con entusiasmo en la ciudad y el arquitecto, que había renunciado a cobrar sus honorarios, fue recibido con gran parafernalia por las autoridades civiles y religiosas cuando visitó la catedral en 1928.

En los años treinta el entusiasmo va decreciendo pues los recursos no llegan, las expropiaciones de las casas afectadas se complican y por último estalla la guerra. Esta situación se prolonga en la década siguiente marcada por los difíciles tiempos de posguerra, a la que se suma el fallecimiento del arquitecto. El proyecto se desvanece definitivamente.

Desgraciadamente, de este proyecto también fallido, sí se consigue llevar a término la retirada en 1937 del coro. La decisión que ya había creado cierta controversia en aquel momento, todavía a día de hoy se sigue cuestionando por la forma en que se ejecutó, ya que según sostiene Miguel Ángel González, archivero del templo y gran conocedor de este, a fecha de hoy se desconoce como se llevó a cabo, ya que no existe ningún informe, plano, ni cualquier otra documentación escrita o fotográfica que arroje alguna luz, de lo que se puede definir como el desguace de esta obra realizada por el escultor Juan de Angés a finales del siglo XVI. En la actualidad, rota su unidad y perdidas o deterioradas algunas de sus piezas, se puede admirar en diferentes lugares de la catedral como el museo, la capilla del Santo Cristo y la Capilla Mayor. Sin embargo, sí consta información del desencalado de los muros catedralicios que estaban pintados de blanco para dar mayor luminosidad.

Hacia 1940 Evaristo Vahamonde, párroco de O Carballiño, ve la necesidad de construir un nuevo templo más acordé con el crecimiento y los cambios que estaba experimentando la villa. De nuevo por mediación de Bugallo, el arquitecto acepta hacerse cargo del proyecto de manera desinteresada, tres años después entrega los planos del templo que se consagrará a la Vera Cruz.

La Vera Cruz no sólo es la gran obra de Antonio Palacios en Ourense, sino también, su segunda obra religiosa en importancia después del Templo Votivo del Mar. Este proyecto, realizado apenas dos años antes de su fallecimiento, se puede considerar un gran aporte para el estudio de su arquitectura religiosa y para el de su etapa de madurez. El arquitecto se centra en traducir las raíces autóctonas de nuestra arquitectura basada en el duro y tosco granito y en alcanzar una síntesis personal de los elementos constructivos y decorativos de herencia románica tan presente en Galicia. Oseira, Melón o Santiago fueron algunos de sus referentes.

Las obras se prolongaron en el tiempo y a la muerte del arquitecto, apenas dos años después de colocar la primera piedra, hay que sumar los parones por la falta de medios y solo los esfuerzos del párroco, de los vecinos y del maestro cantero Otero Cerdeira, que había sido la mano derecha de Palacios, lograron llevar a buen término el final de la obra dos décadas más tarde. No así el proyecto de urbanización que Palacios había previsto para su entorno, que no fue posible porque la especulación y la falta de sensibilidad lo impidieron.

Hoy, setenta y cinco años después de su fallecimiento, no existe duda de que los aportes de Antonio Palacios a la arquitectura gallega han contribuido a enriquecerla y a afianzar su identidad.

(*) Doctora de Historia del Arte

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