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La ONU y el gobierno del planeta

Una reflexión en su 75 aniversario

Antes de que el Covid-19 irrumpiera en la totalidad de nuestras vidas, nos preparábamos para celebrar el 75 aniversario de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) con una agenda marcada por la necesidad de su reforma. Con ese mismo propósito, la Commission on Global Security, Justice and Governance ya había publicado en 2015 un informe conteniendo varias propuestas, incluyendo la celebración en 2020 de una Cumbre Mundial –coincidiendo con el 75 aniversario de la organización– para avanzar en dichas reformas. Pero la crisis sanitaria ha incidido con fuerza en la agenda mundial y también en la de la ONU, alterando el curso de los acontecimientos. No obstante, y pese a los efectos tan perturbadores de la pandemia, la anunciada reforma no debería posponerse puesto que, si ya existían motivos más que suficientes para la misma, ahora tenemos uno más, y muy poderoso: esa clamorosa carencia de un gobierno mundial de la salud.

El Covid-19 ha puesto de manifiesto que el conjunto de la Humanidad no dispone de una administración adecuada para gestionar y garantizar lo más básico y esencial del ser humano: la salud y la vida. Ello ha quedado reflejado en hechos tan notorios como la incapacidad y la precariedad de medios humanos, materiales y de gestión de la Organización Mundial de la Salud (OMS); la extrema desigualdad en el reparto de la riqueza y en los sistemas de salud mundiales; la falta de regulación y control de los descubrimientos científicos (incluyendo los experimentos de laboratorio) cuya utilización pueden entrañar serios peligros para la salud o la supervivencia de la Humanidad; la ausencia de unas políticas más redistributivas para proteger a los marginados sociales y a las personas de más riesgo como los ancianos; las cadenas de suministros, condicionadas por la lógica de la deslocalización y del capitalismo salvaje; o la ausencia de supervisión sobre conductas irresponsables, demagógicas y temerarias de gobiernos nacionales que comprometen la salud y la vida de sus ciudadanos.

El advenimiento de una sociedad globalizada implica, en principio, un mundo de responsabilidad difusa, fragmentada e intermitente sobre el que no puede ejercerse ningún control efectivo y del que nadie tampoco se hace cargo. La globalización supone interconexión, transmisión, contagio, efectos cascada y amplificación de las catástrofes; un escenario al que el sociólogo británico Giddens califica de “un mundo desbocado y fuera de control”. El Covid-19 es una demostración categórica de estos nuevos escenarios globalizados caóticos, desregularizados e incapaces de hacer frente a las situaciones de catástrofe sobrevenidas, sean de naturaleza sanitaria, humanitaria, medioambiental, etc.

En las últimas décadas la Humanidad ha padecido la trágica embestida de diferentes virus, como el sida, el ébola, el SARS o la gripe aviar, que han matado a millones de personas. Los virólogos y demás expertos saben que este tipo de enfermedades acechan siempre en el horizonte, y por eso advirtieron de que era muy probable que apareciera un nuevo virus de efectos devastadores como consecuencia precisamente del alto grado de interconectividad y movilidad de las sociedades actuales. Nadie les ha hecho caso, y sobrevino la catástrofe. ¿Habría ocurrido lo mismo si existiese un auténtico gobierno mundial de la salud con capacidad para prevenir, supervisar, equipar, coordinar, auxiliar y adoptar las correspondientes decisiones vinculantes para el conjunto del Planeta?

El Covid-19 ha puesto de manifiesto, por una parte, la necesidad de un poder y una administración estatal (y también regional y local) bien equipadas para hacer frente a estos desastres, y no se trata solo del número de sanitarios o de camas puestos a disposición de los enfermos, sino también del aparato de seguridad y de la capacidad de proteger, auxiliar y disciplinar a una sociedad sometida a un estado de distopía generalizado; y, por otra parte, la necesidad de contar con la cooperación, la coordinación y la gestión tanto a nivel global como subglobal (continental). Es decir, en esta crisis no todo es nacional, sino que hay un claro componente global y transnacional, por lo que sería un grave error que esta catástrofe sanitaria volviese a decantar el péndulo de la historia hacia posiciones localistas, nacionalistas o proteccionistas radicales, con el consiguiente rechazo al multilateralismo y a los procesos de integración supranacional. Lo local está ya estrechamente interrelacionado con lo global, y la suerte del conjunto de la Humanidad se juega cada vez más en un escenario globalizado.

La ONU constituye en estos momentos la principal manifestación política de ese gobierno mundial en construcción. Su Carta fundacional representa la primera constitución material de ámbito mundial, ya que en ella se establecen unos principios y propósitos basados en la dignidad humana, se fija una estructura organizativa y se distribuyen competencias que alcanzan al conjunto de la Tierra. Pero nuestro Planeta ha cambiado de manera sustancial en las últimas décadas, y los graves desafíos a los que se enfrenta exigen una rápida y profunda reforma de la organización. Después de más de siete décadas de su creación ha llegado el momento de transitar de una organización universal “internacional” a otra de naturaleza “supranacional”, lo que le permitirá convertirse en esa instancia jurídico-política capaz de operar legítima y eficazmente a nivel planetario. Ello supondría, al fin, culminar la organización política de la Tierra, que cuenta ya con gobiernos locales, nacionales y en algunos casos también supranacionales (como la UE) pero que todavía carece de ese necesario nivel global.

Cabe pensar que, como consecuencia de los devastadores impactos causados por el Covid-19, se produzca una reacción que marque un antes y un después en la forma de organización política (y también social y económica) de la Tierra. Si el miedo ha sido siempre un gran motor del cambio a lo largo de la historia, vamos a confiar en que las lecciones que se desprenden de esta gravísima crisis sanitaria nos fuercen, al fin, a iniciar esa Gran Transición Política en el Planeta. Este es nuestro deseo, y así lo hemos formulado con ocasión de celebrar el día mundial de la ONU en su 75 aniversario.

*Catedrático de Ciencia Política

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