Esta pesadilla se está volviendo insoportable. Y está claro que algo se ha hecho mal cuando, después de que los técnicos nos avisaran desde febrero de que existía un riesgo real de rebrote tras el verano, se siga gestionando la pandemia a golpe de improvisación.
Debemos exigir responsabilidad y empatía por parte de nuestras Administraciones, que tienen que predicar con el ejemplo. Las personas hemos aprendido a desenvolvernos con precaución, sin asumir riesgos innecesarios, guardando distancias y evitando aglomeraciones. Los negocios y empresas, sobre todo las pequeñas y medianas, luchan por sobrevivir en ese contexto, que les obliga a asumir el día a día sin poder hacer previsiones.
Precavidos y sin poder hacer previsiones a corto o a medio plazo. Así hemos aprendido a vivir. Y, en esta situación, lo lógico es que, con la misma premisa, los poderes públicos dediquen todos sus esfuerzos, en primer lugar, a luchar contra la pandemia y, en segundo, a ayudar a la supervivencia del bienestar que nos otorga la actividad económica.
El anuncio del alcalde de Vigo en agosto sobre el inicio de la instalación de la luces de Navidad es una irresponsabilidad que atenta, tanto contra la precaución exigible en este momento, como contra esa necesidad de ir tomando las mejores decisiones en cada momento en función de la situación.
No hay duda de que esos 800.000 euros de los vigueses que el alcalde de Vigo se va a gastar en “sus” luces podrían estar mejor invertidos en este momento en ayudar a la supervivencia de una hostelería y un comercio que tal vez no lleguen a la Navidad. Y que, aunque sí lo hagan, de poco se podrían beneficiar de los seguidores en streaming de un alumbrado que (esperemos que no) con las calles vacías luciría fantasmagórico. Las calles vacías convertirían el sueño de Navidad del alcalde en una pesadilla, pero las calles llenas (o medio llenas) no harían sino reflejar una irresponsabilidad al asumir un riesgo en el sentido contrario a las más elementales recomendaciones.
Las soluciones del pasado no sirven en este momento. Y mucho menos si se basan en la interacción con desconocidos o en la concentración de personas en un mismo lugar. Cualquier nueva decisión debe ir, por ahora, en el sentido contrario. Por eso el sector privado ha dado ejemplo al suspender este año iniciativas en las que lo que se juega y se pierde es dinero privado, ya sea el Marisquiño o Conxemar.
En el verano, Abel Caballero decidió jugarse su futuro a la lotería. Seguramente imaginó que en Navidad las cosas estarían mucho mejor (y ojalá fuera así, aunque no parece que vaya a serlo). Pero compró el boleto de su futuro político con el dinero de todos los vigueses. Deseo, de verdad, que Vigo pueda tener unas Navidades lo más activas y vistosas posible. Desearía incluso volver a ver al alcalde destrozando el idioma inglés ante una multitud. Porque eso querría decir que habríamos vencido a la pandemia. Lamentablemente, hoy ya sabemos que eso no va a ser así y que, como mucho, veremos a un alcalde mustio surfeando unas restricciones de aforo y asumiendo unos riesgos para salvar los muebles. Pero aunque lo fuera, eso no quitaría ni un ápice de irresponsabilidad a lo que ya ha hecho.
*Senador del PP