La política española ha ido adquiriendo un cariz engañoso que ya no pasa desapercibido. Salta a la vista que la moción de censura presentada por Vox es un fraude. En realidad, la iniciativa solo cumple los requisitos formales mínimos para su tramitación. Varios diputados presentes en el Congreso han manifestado con gestos y palabras elocuentes que son conscientes de ello. Algunos la han definido como “pérdida de tiempo”, “tomadura de pelo” o “patochada”. El presidente del Gobierno, al que se piden responsabilidades políticas, no consideró necesario acudir al hemiciclo ayer por la tarde.

Los portavoces no se tomaron muy en serio la moción, la despacharon rápido, y optaron por hablar de sus otros asuntos. El del PNV apenas consumió medio minuto de su tiempo. En ciertos momentos, el debate parece más bien una vulgar discusión de calle. No desprende la tensión ambiental que suele amenizar las sesiones memorables del Parlamento y el interés de la opinión pública decae por falta de expectativas. Desde luego, no es la primera vez que se hace un uso fraudulento del artículo 113 de la Constitución o de otras instituciones básicas. De ahí, en parte, el rendimiento decreciente de nuestro sistema político.

De nuevo, el postulante ha evitado la preceptiva presentación de su programa de gobierno, según lo previsto en el reglamento del Congreso. Repitió las propuestas más conocidas de su partido y explicó su propósito de formar un Gobierno de emergencia, que tendría la única misión de convocar elecciones generales antes del fin de año. Santiago Abascal hizo un discurso ideológico, esotérico en determinados pasajes y algo mesiánico, saturado de adjetivos denigrantes.

Pero no pudo demostrar la condición de ilegítimo y criminal que gusta de adjudicar al Gobierno, ejemplo de las actitudes contradictorias con que a veces se erige en defensor de la Constitución y campeón de la democracia. En resumen, derrotado de antemano, tampoco ofreció ninguna novedad reseñable.

A pesar de todo, aún siendo un fraude, el debate de la moción podría resultar útil. Al término de la primera jornada, la principal conclusión que se extrae es que Vox está recibiendo una soberana lección de política. Su líder compareció por la mañana para censurar al presidente del Gobierno y por la tarde se fue censurado por todos. Raras veces se registra en el Congreso la unanimidad que ayer se evidenció contra la moción.

El rechazo a Vox fue general y se impuso muy por encima de los reproches al Gobierno, que también los hubo. La soledad política a la que ha sido arrojado por el resto de los grupos, incluidos los partidos a los que ha prestado su apoyo para formar gobiernos locales, supone un revés a su estrategia política que quizá no entrara en sus cálculos, al menos en el modo en que se está produciendo, y que probablemente tendrá consecuencias en su evolución electoral. De manera que, en contra de algunos pronósticos, de momento la moción no fortalece al Gobierno ni debilita al PP. Pero no es posible hacer un balance completo del debate sin haber escuchado a Pablo Casado. No cabe ignorar la trascendencia que su intervención de hoy puede tener en el curso que vaya a seguir la política española.