Cayetanos

El Meollo de la cuestión está en interpretar bien qué demonios pensaba realmente realmente Cesáreo Mosquera y cuál era su intención verdadera, cuando en el último pleno municipal llamó "cayetanos" a los pontevedreses discrepantes con el cierre al tráfico de la avenida de Reina Victoria, en aras de una mayor protección frente al coronavirus de alumnos y profesores del instituto Sánchez Cantón.

¡Qué rayos tendrá que ver la defenestrada Cayetana Álvarez de Toledo con este entierro!, nunca mejor dicho, en alusión al mentado cerrojazo decretado por quien utiliza con tanta frecuencia la misma dialéctica rocosa e hiriente de la ex portavoz parlamentaria del PP.

Esa curiosa nominación de Mosquera Lorenzo hacia los vecinos más críticos, de propósito inequívocamente despectivo y burlón, resulta ante todo y sobre todo una solemne estupidez, fruto de la sinrazón cuando falla la razón. Una parida como la copa de un pino, en román paladino.

Lo peor de la postura mostrada por el súper concejal es el fragante desprecio que muestra hacia un vecindario de a pie, que simplemente no aplaude con las orejas todas y cada una de sus medidas siempre acertadas, o de sus proyectos a menudo geniales. Una infalibilidad papal, en suma.

Mosquera -y no solo Mosquera- sufre una incapacidad manifiesta para diferenciar la actitud de un ciudadano que no piensa igual que él y que mantiene su criterio en defensa de unos intereses que siente perjudicados, con la confrontación permanente del rival político que busca su absoluta descalificación y la consiguiente derrota, sin dejar resquicio alguno para llegar a ese acuerdo factible que tanto se echa en falta.

Lo dramático de la postura reiterada por este profesional de la política, técnico por antonomasia de todas sus ocurrencias, a menudo sin los filtros debidos, es la imposibilidad de comprender que quien muestra su desacuerdo con una actuación determinada, tal y como sucede en esta ocasión, no está necesariamente en contra de medidas anteriores, ni de otras venideras. Y por supuesto, no forma parte de ningún lobby malvado, cuya mención por parte de Cesáreo Mosquera recuerda mucho a las confabulaciones judeo-masónicas que veía por todas las esquinas aquel rancio franquismo ya enterrado, pese a quienes se empeñan en resucitarlo de forma torticera.